viernes, 25 de noviembre de 2016

Seducción: Capítulo 12

—Te he visto tratar a las mujeres como si fueran adornos; decorativas, pero nada que mereciera tu atención.

Él hizo una mueca de pesar.

—Paula me interesa sólo por el hecho de estar en la misma habitación que ella. De modo que es distinta a las demás.

—Eso es lo que dicen todos.

—Tú eres una vieja amiga y te estoy pidiendo que confíes en mí —dijo Pedro totalmente serio—. ella me ha dejado sin sentido. Ninguna otra mujer se ha acercado a ello. Lo único que quiero es la oportunidad de llevarla de vuelta al hotel. No me voy a tirar encima de ella en cuanto se monte en el coche.

—¿Y si ella dice que no?

—No lo hará.

Mariana perdió los estribos.

—Si le haces daño a esa chica... No te invitaré a mi fiesta del próximo año.

Era una amenaza en toda regla.

—Mari, quiero a Paula, por eso no hay problema; pero me da la impresión de que no está huyendo de mí, sino de sí misma. Y me importa un pito si suena ridículo.

Mariana se pasó un buen rato mirándolo.

—Le preguntaré si quiere que la lleves a su hotel. La pesada puerta de roble se cerró tras ella.

Pedro se metió las manos en los bolsillos y fijó la vista en la alfombra persa de valor incalculable. Sentía como si su existencia pendiera de un hilo. ¿Cómo podía ser tan melodramático? Sólo quería sexo, nada más y nada menos.

Cinco minutos después la puerta se abrió. Paula entró en la habitación, seguida de Mariana. Llevaba un vestido de punto muy fino azul pálido, parecido al color del hielo, que le llegaba por la pantorrilla. Llevaba el cabello recogido en un moño. Con asombro, Pedro vió que llevaba puestos los pendientes que le había comprado esa mañana.

—Te he dicho adiós esta mañana —le dijo Paula en tono seco.

—No fue un adiós. Más bien un au revoir.

—Mi hotel está a cuatro manzanas de aquí, exactamente. Puedo caminar.

—Si no quieres ir conmigo, tomarás un taxi.

Paula lo miró con rabia y luego trasfirió esa mirada rabiosa a Mariana.

—¿Éste hombre es amigo tuyo?

Mariana respondió con calma:

—Si no lo fuera, no habría pasado de la puerta.

Paula suspiró con exasperación. No recordaba cuándo se había sentido tan enfadada como se sentía en ese momento. Enfadada, temerosa, preocupada y... aparte de todo eso y en contra de todos sus principios, contentísima de volver a verlo.

—De acuerdo, Pedro, puedes llevarme al hotel —le dijo ella—. Pero sólo porque no quiero perder el tiempo discutiendo contigo.

—Bien —dijo él, incapaz de disimular su sonrisa.

—Esa sonrisa tuya debería estar prohibida; es letal para cualquier mujer que tenga más de doce años.

Mariana reprimió una especie de risotada.

—Tienes que reconocer que es mono, Pau.

—¿Mono? —dijo Pedro, haciendo una mueca.

—Igual de mono que un cable de alta tensión —soltó Paula.

—Desde luego hay bastante tensión entre ustedes dos —comentó Mariana mientras se dirigía hacia la puerta de entrada, donde tomó un chal de encaje de un ropero y se lo pasó a Pedro, quien procedió a ponérselo a Paula por los hombros.

Mariana se inclinó y besó a Paula en la mejilla.

—Hablaremos la semana que viene.

—El lunes o el martes —la voz de Paula se suavizó—. Muchas gracias, Mari.

—Pepe es un buen hombre —añadió Mariana.

Paula sonrió con ironía.

—Tal vez prefiera a los hombres malos.

Pedro intervino en tono duro.

 —Bueno, malo o indiferente, detesto que se hable de mí como si yo no estuviera presente.

—Indiferente no podría aplicarse ni a tí ni a ella —dijo Mariana en tono ligero—. Buenas noches.

Pedro y Paula salieron a la fresca oscuridad de la noche, que aún perfumaban las rosas y la puerta se cerró tras de ellos. Él cortó una rosa amarilla con la mano; y ella se quedó como una estatua mientras se la colocaba detrás de la oreja

—Creo que aguantará —dijo él, tirando del tallo.

—Eres un romántico sin remedio.

—Todavía llevas puestos los pendientes de oreja de mar —comentó él—. ¿No te hace ese detalle también romántica a tí?

—Me van con el vestido.

—Ya estamos discutiendo otra vez.

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