domingo, 13 de noviembre de 2016

Hechizo De Amor: Capítulo 37

—¿Vas a estar en Toronto el próximo fin de semana?

—Voy a ir a Calgary el miércoles, pero vuelvo el viernes.

—Te veré el sábado para almorzar… Estaré de camino a Hong Kong… Y hablaremos. Dame tu número de teléfono.

A Paula se le debió notar demasiado la duda, porque él dijo:

—Vas a tener un hijo mío, Paula, ¿Y te preocupas por un número de teléfono?

Ella le dió el número. Luego, para su alivio, aparecieron Alejandra y Horacio para despedirse de ella. Los abrazó y dió un beso a su madre. ¿Quería decir eso que Pedro la creía? A pesar de todos los problemas a ella le hubiera gustado que él le diera un beso de despedida, aunque fuera en la mejilla. O que le tomase la mano. Que hiciera algún gesto que demostrase que tenían algo en común. Pero ellos solo tenían el sexo en común. Era el único sitio donde podían encontrarse.


Pedro llamó por teléfono el viernes por la tarde a última hora. Le habló como un extraño. Paula pensó que un lugar público no sería adecuado para lo que tenían que hablar y lo invitó a su casa a almorzar. El sábado por la mañana preparó sopa de zanahorias y compró pan crujiente de la panadería de al lado. Se vistió con unos pantalones, una camisa y un chaleco del Tíbet. Se recogió el pelo. Nerviosa, puso la mesa. Sonó el teléfono y minutos después apareció Pedro. Cuando lo hizo pasar, tuvo la loca sensación de que estaba dejando pasar al enemigo. Que su espacio personal era violado. Sin decir una palabra, Pedro le dió una caja de una floristería. Había unas orquídeas dentro.

—¿Por qué me has traído esto? —preguntó ella.

—Tú pisaste el ramo la última vez —dijo él.

—Sí —ella recordó el ramo de la boda—. ¿Es esa la única razón?

—No lo sé… Las ví en el escaparate de la floristería del aeropuerto y me acordé de tí.

— Son hermosas —dijo ella—. No ha sido mi intención…

—No tan hermosas como tú —dijo Pedro.

La miró a los ojos. Ella sintió ganas de abrazarlo, de sentir su calor.

—Las pondré en agua. Ponte cómodo.

Cuando volvió, él estaba mirando la casa con interés.

—Espacio y luz… —dijo él.

—¿Quieres una copa de vino?

—Sí, gracias.

Cuando ella volvió, él estaba examinando un pequeño Buda de jade.

—No tengo mucho tiempo. ¿Podemos comer y hablar?

Al parecer el temor de Paula de que la llevase a la cama era infundado.

—Sí, por supuesto.

Paula corrió a la cocina y sirvió la sopa, calentó los panecillos y sacó el paté y las verduras que había comprado en el mercado. Luego se sentó a la mesa con Pedro frente a ella. Él miró el cuenco humeante, decorado con perejil y unas pizcas de nata. Luego la  miró. Le gustaba su casa. Tenía vida. El departamento de Pamela era totalmente distinto.

Podría haber ido más temprano allí, pero él había sabido que de haberlo hecho habría terminado en la cama con Paula. Las cosas estaban bastante complicadas ya para agregar más problemas. No podía arriesgarse a acostarse con ella, aunque lo deseara terriblemente. Tomó un sorbo de sopa.

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