viernes, 11 de noviembre de 2016

Hechizo De Amor: Capítulo 31

Paula seguía bailando como una muñeca de plástico, rígida.

—Te he juzgado mal. Te pido disculpas.

—Bien.

—Puedo quedarme en la ciudad hasta mañana por la noche. Almorcemos juntos, Paula.

 —No quiero.

—¿Quieres mirarme, por el amor de Dios?

Ella se quedó quieta en el sitio y dijo:

—He dicho que no, Pedro. Esa palabra con la que tú tienes tantos problemas… No debí venir hoy. Fue una estupidez. Y ahora, ¿Te importaría llevarme nuevamente a la mesa?

—O sea que me guardas rencor.

—Pedro, te acostaste conmigo en Nueva York. Me hiciste el amor toda la noche, y luego me dijiste que había sido un plan para enseñarme quién era el jefe. Dame alguna razón por la que pueda confiar en algo de lo que digas o hagas.

Paula volvía a hablar de hacer el amor. Él pensaba en cambio que la había llevado a la cama. Hacer el amor era algo que él no tenía previsto.

—Te acabas de disculpar con tanto sentimiento como el que has usado para pedir una ensalada. ¿Por qué voy a creerte? Es posible que sea el próximo paso en un nuevo plan. Porque no puedes soportar perder, ¿Verdad? No puedes soportar que una mujer no se muera por tí. ¿No lo comprendes? —gritó ella—. ¡Me manipulaste como si fuera una cosa! Me rebajaste. Y te rebajaste a tí mismo, por supuesto. Aunque no pareció importarte —ella se puso pálida, y se tambaleó.

Pedro la rodeó con sus brazos.

—Voy a llevarte a casa, ahora.

Ella tenía ganas de estar en su casa, y no veía la hora de desembarazarse de él. De estar sola.

—No. No pienso arruinarle la noche a mi madre por tí. Y sí me lleva alguien a casa, será Marcos.

Pedro sintió celos.

—Tú y yo no hemos terminado todavía.

Lo odiaba. Y por una vez no iba a conseguir lo que quería: a Paula.

La pasta pareció sentarle bien a Paula. Bailó con Horacio, escuchó todas sus historias y conversó civilizadamente con Pamela. También bailó varias veces con Marcos, quien demostró tanto sentido del ritmo como su madre con el órgano. Hablaron de minería, de los viajes… Era un hombre muy agradable, pero Paula no se iba a enamorar nunca de él, pensó ella, mirando su corbata sucia de sopa. ¿No iba a terminar nunca la cena? Lo único bueno había sido que Pedro no le había vuelto a pedir que bailara con él.
Se había pasado todo el tiempo mirando a su madre y a Horacio, tratando de ver si había algún detalle que pudiera vaticinar el divorcio. Si Alejandra se divorciaba otra vez, ella no se vería obligada a tratar con el padre de su hijo. En cierto modo tendría más libertad. Le molestaba pensar esas cosas. Pero era una realidad.

De todos modos, Horacio y Alejandra parecían sentirse bien el uno con el otro. En otro momento de su vida aquello la habría fascinado, por tener algo de especial en relación a los otros matrimonios que había tenido su madre.No podía dejar de pensar en su problema: aborto, adopción, matrimonio, aborto, adopción, matrimonio… Todos imposibles.

Miró hacia Pedro y Pamela, que estaban bailando. Ella estaba apretada contra él. De pronto se le ocurrió una idea: ¿Qué pasaría si Pedro se casaba con Pamela? Se sentiría menos amenazada por él. Por supuesto. La idea de confesarle que estaba embarazada de un hijo suyo la dejaba petrificada, pero la idea de que Pamela estuviera en la cama de Pedro todas las noches le provocaba un tumulto de sensaciones. Cuando Marcos la llevó nuevamente a la mesa, un camarero se acercó a Alejandra y le dió la factura. ¡Por fin podría irse a su casa!

—¿Estás lista para marcharte, Pau? —le preguntó Marcos.

Ella le sonrió. Durante el viaje en taxi hacia el restaurante con él, había estado tentada de contarle lo de su embarazo. Pero Marcos se marchaba de viaje en pocos días. ¿Para qué se lo iba a contar? Se despidió de todos con besos y adioses.

—Adiós, Paula —le dijo Pedro con tono grave—. Te veré el día de Acción de Gracias en Los Robles.

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