domingo, 20 de noviembre de 2016

Hechizo De Amor: Capítulo 58

Ella le había dicho que se sentía sola… Él ni siquiera había dormido con ella en aquella mansión. Paula podía estar muy cerca de allí o al otro lado del mundo. Debía de tener muchos amigos en otros países… Jamás se había molestado en preguntarle por sus amigos. Solo se había molestado en llevarla a la cama, y en hacer dinero. Sintió un peso que lo aplastaba. De pronto se sintió agotado, por falta de sueño y por la situación. ¿Es que él no valoraba las cosas hasta que las perdía?, se preguntó, mientras miraba por la ventanilla del taxi.

Paula se había enamorado de él en su luna de miel. ¿Lo había notado él? No. Había estado demasiado ocupado en intentar no olvidar sus reglas, demasiado disgustado por que ella le hacía perder el control. Había sido un egoísta. Solo había pensado en sí mismo. Aun si la  encontraba, no podía obligarla a volver con él. Ella no quería su dinero, y si no podía volver a creer en él, no había nada que hacer. No sabía lo que eran los sentimientos ni el matrimonio… Pero ella tenía razón, la confianza era algo básico. El tráfico estaba terrible. Pero, ¿Por qué tenía tanta prisa? Si no lo esperaba nadie.

Además, sabía que Paula iba en serio. Ella no jugaba. Su hermosa, apasionada Paula… Sintió pena. ¿Cómo había podido ser tan estúpido? En los negocios era un lince, pero cuando se trataba de Paula se comportaba como un niño de cuatro años, sin la más mínima delicadeza. El taxi tomó velocidad por fin. Le dió instrucciones, puesto que estaban cerca de la casa. Cuando estaban llegando el hombre le dijo:

—¿Es la casa donde está la policía?  Me parece que tiene un problema…

Pedro miró. Su corazón dió un vuelco de pánico al oír las sirenas y ver las tres patrullas de policía frente a su casa. Pagó al taxista por la ventanilla y le dijo:

—Quédese con el cambio —y recogió su bolso de viaje. Corrió hacia la puerta de entrada de la casa. Un oficial de policía se adelantó y lo interceptó.

—Perdone, señor, no puede entrar.

 Pedro dijo bruscamente:

—Es mi casa… ¿Qué sucede?

—Han entrado ladrones, señor. Hemos prendido a dos de ellos. Pero seguimos buscando, por si hay más.

Fue entonces cuando vió a dos hombres esposados, de pie, al lado de una patrulla.

—¿Están en la casa?

—Sí, señor. ¿Es usted Pedro Alfonso?

Pedro asintió.

—El sistema de seguridad debe de haberlos alertado, ¿No es así?

—No, señor. Nos llamó alguien desde la casa…

El corazón de Pedro volvió a dar un vuelco.

—No hay nadie en la casa. Mi esposa… está fuera.

—Creo que una mujer fue quien dió la alarma, señor. Llamó a la policía.

—¿Desde esta casa? ¿Está seguro?

— Sí; señor. Ella…

—¿Dónde está ella? —preguntó Pedro, desesperado.

—No estamos seguros todavía, señor. Estamos por…

—¡Por el amor de Dios, hombre! ¡No se quede ahí sin hacer nada! ¡Tenemos que encontrarla! —exclamó Pedro.  Dió dos pasos hacia la casa, pero el oficial lo detuvo sujetándolo por el codo—. Puede venir conmigo, o entraré solo. ¡Y que Dios proteja a quien se ponga en mi camino!

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