viernes, 11 de noviembre de 2016

Hechizo De Amor: Capítulo 32

El Día de Acción de Gracias era en el último fin de semana de sus vacaciones. Ella tenía que marcharse a Calgary la semana siguiente. No podría librarse de ir a Los Robles, puesto que sería una desconsideración.

—Me alegra la idea —dijo ella.

Él apretó la boca.

Tendría que decírselo, tarde o temprano, pensó. Se le notaría. Pero no había nada que le diera más miedo. Los Robles en octubre estaba preciosa. Hasta la luz parecía de oro y el aire olía deliciosamente.

Pedro no llegaba hasta el domingo por la mañana, le había dicho Alejandra, lo que quería decir que Paula tendría dos días para disfrutar sola antes de que llegase él. Estaba embarazada de dos meses y medio. Las náuseas se le habían pasado prácticamente, y se encontraba mejor en general. Alejandra estaba algo más tranquila, pero seguía mimando a su hija.

El viernes por la tarde Horacio llevó a Paula a dar un paseo por los graneros y médanos. Como la había visto montar a caballo, le dijo que podía elegir el caballo que quisiera y montar cuando quisiera. Como Paula solía estar acostumbrada a hacer ejercicio diariamente y como era una experta jinete, no sintió que haciéndolo pusiera en riesgo su embarazo.

El viernes por la tarde y el sábado Paula montó y galopó por los médanos y se deleitó en la compañía silenciosa de los caballos. El ejercicio le hizo bien. Se fue a la cama a las diez el sábado por la noche, pero a la una de la madrugada se despertó. Pedro llegaría esa misma mañana. Tendría que decirle que estaba embarazada. Sintió pánico. ¿Qué podía hacer? Podía emigrar a Australia, tener el bebé y rogar que no se pareciera a Pedro. Pero su madre y Horacio irían a verla. Y además estaba segura de que los genes de Pedro serían predominantes, que su niño tendría el pelo negro y los ojos azules oscuros como el cielo a medianoche.

También podría mentirle  y decirle que no era hijo suyo. Que había sido concebido en Borneo. Engañarlo como él la había engañado a ella. Pero eso… ¿No la haría tan manipuladora y poco digna de confianza como a él? No iba a hacer eso. Le diría la verdad. No porque le debiera nada, sino por su propia dignidad. Aunque eso tuviera consecuencias. La otra opción era esperar a Navidad. Para entonces estaría de cinco meses y no tendría que decir nada. Con mirarla estaría todo dicho. Todos lo sabrían. No, se lo diría enseguida. La ofensiva era la mejor defensa, había aprendido en años de negociaciones en su profesión. Se levantó y fue a la cocina. Ya que se le habían pasado las náuseas tenía hambre casi todo el tiempo. Se haría un sándwich de queso y crema de cacahuetes.Y tomaría un vaso de leche. Bajó a la cocina y recordó a Pedro comiendo hamburguesas la noche de la boda. Abrió el frigorífico y se preparó algo de comer. Sintió un ruido en la puerta de la cocina. Se asustó. Pero inmediatamente apareció Pedro, como si ella lo hubiera conjurado.

—Pensé que serías tú —dijo Pedro.

Estaba vestido con un traje, camisa blanca y corbata. Llevaba la chaqueta colgada en el brazo.

—Se suponía que no llegarías hasta mañana.

—Siento decepcionarte.

Ella se estiró la camiseta grande que llevaba puesta, pero que en aquel momento le parecía pequeña por no tapar completamente sus piernas. Pedro se acercó.

—¿Te revuelve el estómago la comida italiana y ahora estás comiendo crema de cacahuetes? —comentó él burlonamente.

—Tenía hambre.

Él se acercó y tomó un mechón de pelo de Paula.

—¡No, Pedro! Por favor…

Él soltó el pelo.

—No soportas verme, ¿No es así? —le dijo Pedro.

Lo que no podía soportar era que él la tocase, porque podía sentir tentaciones de derretirse en sus brazos y de besarlo.

—Parece que lo estás comprendiendo por fin —dijo ella.

—Entonces, ¿Por qué no te marchas? Porque yo también tengo hambre y no quiero compartir la cocina con una mujer que me trata como a un violador.

Paula tomó su plato y su vaso de leche.

—Yo tampoco quiero compartirla con un hombre que piensa que las mujeres son la forma de vida más baja.

—¡Yo te he pedido disculpas por lo del dinero!

—Las palabras no cuestan nada, Pedro.

—En Nueva York… lo que te dije y el modo en que me comporté… No debí hacerlo. Fui corto de miras.

—¿Corto de miras? Es un modo de decirlo… —ella fue hacia la puerta, caminando descalza.

—Al menos trátame como a un ser humano delante de tu madre y de mi padre, ¿Quieres? Si no será el Día de Acción de Gracias más largo del mundo.

—¡Oh! Sobre todo, guardemos las apariencias… —dijo ella.

—No sigas, Paula, no me provoques…

—No quieras intimidarme —le contestó ella.

Pedro se acercó a Paula, pero ella empujó la puerta y salió de la cocina. Corrió por las escaleras del fondo. De pronto sintió que su rabia se había evaporado y que tenía las mejillas con lágrimas. Se sentía muy sola. Sola e indefensa. Pedro era su enemigo, y no tenía dónde esconderse.

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