viernes, 11 de noviembre de 2016

Hechizo De Amor: Capítulo 29

Cuando dejó el vestíbulo, uno de los camareros, un hombre joven de pelo pelirrojo, pasó por su lado. Ella lo paró y puso su mano en su brazo. El hombre le sonrió sorprendido. Intercambiaron algunas palabras y sonrisas, y luego el camarero siguió su camino. Cuando Marcos le dijo algo a Paula, Alejandra miró a Pedro y dijo:

—Otro de los protegidos de Paula.

—¿A qué te refieres? —preguntó él.

—Paula trabajó con los niños de la calle un par de años. Antes de aquello estuvo trabajando en un albergue para mujeres maltratadas —Alejandra se estremeció—. Me tenía muy preocupada entonces. Y siempre temo que se meta en algo en lo que no debe cuando anda de viaje. No puede soportar las injusticias… Tanto si se trata de un pollito como de un niño. «Paula no buscaba mi dinero», pensó él. Pedro se quedó en estado de shock.

Miró a Paula, que estaba pasando entre las mesas. Horacio se puso de pie para saludarla. Automáticamente, él hizo lo mismo. Desde la distancia ella estaba tan brillante como una mariposa. De cerca, tenía mala cara. No había maquillaje que pudiera disimularlo.

Paula dio un beso a su madre en la mejilla y abrazó a Horacio. Luego saludó a tía Blanca, a tío Leonardo y a Pamela con naturalidad. Luego se volvió a Pedro y le dijo;

—Buenas noches, Pedro.

—¿Estás enferma? —le preguntó él.

—Me he contagiado un virus tropical en Papua Nueva Guinea. Estoy bien.

—No tienes buen aspecto.

—Ya tengo una madre. No necesito otra.

Él le ofreció una silla al lado de él:

—Siéntate antes de que te caigas.

Paula miró la mesa. Marcos se había sentado cerca de Pamela.

—¿Sigues con tus juegos? —le preguntó, y se sentó. Pedro no le contestó. Sus emociones se habían transformado en algo más complejo. ¿Preocupación? ¿Ansiedad? ¿Temor? Paula parecía frágil.

—¿Te ocurre algo, Paula? —le preguntó.

—Ya te lo he dicho —sonrió al camarero—. Tomaré Perrier con lima, por favor.

—Un whisky —dijo Pedro—. ¿Cómo es que conocías al camarero pelirrojo?

Paula lo miró directamente por primera vez esa noche y le dijo:

—Eso no es asunto tuyo —le dijo fríamente, en voz baja—. Pensé que no vendrías esta noche, si no, yo no habría venido. Me trataste como a una basura en Nueva York. Como a un juguete del que te hubieras cansado. No tengo nada más que hablar contigo. Nada.

—¿Qué tipo de virus? ¿Has estado en el médico?

Ella apretó el cuchillo que tenía en la mano, como si quisiera matarlo, pensó él.

—He viajado mucho por el trópico. Hay que tener mucho cuidado… —dijo él.

Sí, tenía razón. Tendría que haber tenido más cuidado, pensó Paula.

—Guárdate los consejos para alguien que los quiera —dijo ella.

La intuición le dijo a Pedro que el problema de Paula no era un virus. Pero lamentablemente su intuición no le decía nada más. ¿Y por qué sentía que quería protegerla?

Paula empezó a conversar con el marido de tía Blanca, tío Leonardo, que estaba sentado frente a ella. Pedro se bebió el whisky y miró la carta. El camarero volvió. Paula pidió una ensalada y unas pastas sencillas. No había bebido su copa aún.

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