domingo, 27 de noviembre de 2016

Seducción: Capítulo 18

—¡No pienso acostarme contigo, Pedro!

—No finjas que no quieres, por favor.

—Es un poco tarde para eso —le dijo ella con irritación.

—Tienes toda la razón. De todos modos, no he dicho que vaya a utilizar el servicio de habitaciones, he dicho el restaurante. Luego te acompañaré directamente al hotel.

—Voy a salir a primera hora de la mañana —dijo ella.

—Estás cubriéndote por todos los ángulos, ¿Verdad? —dijo él.

—Me estoy protegiendo. ¿Por qué no iba a hacerlo?

—Sin duda no te comportas como una mujer que vaya de hombre a hombre, suelta y libre.

—¡Tú no eres como los demás!

Él se detuvo bajo una de las elegantes farolas, delante de una casa de estuco rosada con preciosos balcones de hierro forjado y altas persianas blancas.

—¿En qué soy distinto?

—Eres demasiado intenso, demasiado convincente, demasiado... —vaciló— turbador.

—Bueno, es un comienzo.

Un Ferrari rojo pasó junto a ellos, ahogando cualquier respuesta que ella pudiera haberle dado. Paula le tiró del brazo y echó a andar calle arriba como si todos los demonios que lo habían asaltado en el bar estuvieran detrás de ella. Ella tenía los suyos propios, de eso estaba seguro. Podría haberse enterado de cuáles eran con un mínimo esfuerzo; un buen detective desenterraría su pasado en veinticuatro horas. Pero quería que fuera ella quien le contara lo que la obsesionaba; por qué estaba tan en contra de los compromisos. Normalmente tenía muy poco interés en los motivos de las mujeres con las que salía. Su hotel tenía un patio de estuco exquisito lleno de árboles exóticos y arbustos en flor, que conducía a un vestíbulo de suelos de mármol. El restaurante daba a los acantilados cubiertos de vegetación y a las oscuras aguas del Mediterráneo. ¿Acaso Paula no había comparado sus ojos a ese enigmático azul noche?

—Nunca me ha gustado Monaco —dijo Pedro con naturalidad—. Las filas de edificios bajan hasta el borde mismo del mar; no hay espacio para respirar.

—¿Y adonde vas tú a respirar, Pedro?

Ella estaba mirando el menú. Él paseó la mirada por sus facciones, descubriéndolas de nuevo con secreta avidez. Paula sintió su escrutinio y levantó la vista. Al ver la expresión de los ojos de él, se ruborizó.

—Sólo tienes que mirarme... —empezó a decir ella con voz estrangulada.

—¿Y...?

—Da igual. No es bueno para tu ego.

 Él echó la cabeza hacia atrás y se echó a reír.

 —Haces que me sienta como si fuera dueño de todo el principado de Mónaco — dijo Pedro.

—¿Incluido el casino?

—El juego ha valido la pena, ¿No? Aquí estamos, disfrutando de una cena juntos. Ella se mordió el labio inferior.

—No esperaba verte en el bar esta noche.

—¿Estás segura de que eso es verdad?

—La mayoría de los hombres no se habrían quedado —ella le lanzó una sonrisa tremendamente triste—. Yo lo llamo «la prueba». Creí que no la pasarías.

Él sonrió.

 —Eso es lo que supuse que te figurarías.

—¿Por qué te quedaste? —le soltó ella, sintiéndose sorprendida—. Con todo ese ruido, tanta gente, horas y horas sin hacer nada salvo esperar... Ha debido de resultarte odioso.

—Tú y yo estamos hechos el uno para el otro. En la cama. Por eso me he quedado.

Paula se puso tensa.

—Lo dices como si fuera una verdad inmutable.

—Lo es. Los recortes de periódico siempre habían sido su primera defensa, «la prueba» la segunda. Sólo tenía un arma más y ésa tenía que funcionar.

—Te he dicho que salgo con un montón de hombres diferentes, Pedro. Te guste o no; porque no pienso cambiar ni por tí ni por nadie.

—Entonces la línea del frente está definida —dijo Pedro en tono bajo.

—Si los marinos tienen un amor en cada puerto, yo tengo un hombre en cada ciudad importante de Europa —cerró la carta con fuerza—. Tomaré una ensalada Nicoise con tapenade.

El camarero se materializó junto a la mesa.

—¿Madame? ¿Monsieur?

Después de pedir Paula, Pedro le pidió una botella de vino de la lista y se decidió por un poco de adobo y jabalí al vino tinto con hierbas y ajo. Lo que necesitaba era un poco de carne roja.

Como si no les hubieran interrumpido, él empezó a hablar.

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