viernes, 4 de noviembre de 2016

Hechizo De Amor: Capítulo 10

La mujer que había besado a Pedro era extremadamente chic, con una complexión de porcelana y una cabellera negra reluciente. Su vestido de seda rosa sin duda era un diseño de París.

Pedro no pareció molesto por aquel encuentro.

—Hola, Pamela… —dijo él—. Estuve con papá antes de la boda. Creí que necesitaría apoyo moral. Te presento a la hija de la novia, Paula Chaves. Paula, esta es mi amiga Pamela Lamont, de Manhattan. Es una actriz de Broadway.

Pamela tenía ojos azules claros, y no parecían expresar contento de conocer a Paula.

—Encantada de conocerla, señorita Lamont. Creo haberla visto en la última obra de Stan Niall… Un papel que era un desafío, y que usted representó estupendamente.

Pamela inclinó la cabeza.

—Gracias. Pedro fue un gran apoyo para mí durante esas representaciones —se estremeció delicadamente—. Pensé que no terminaría jamás… Tú fuiste tan bueno conmigo, querido…

O sea que Pedro y Pamela hacía tiempo que estaban juntos. Y Paula sabía que Alfonso Incorporated tenía las oficinas centrales en Nueva York. Era evidente que Pamela estaba reclamando su propiedad sobre Pedro. «Manos fuera, Paula», era el mensaje de Pamela.

—Me alegro de haber podido asistir al teatro para ver su obra. Estaba viajando de Argentina a Sudáfrica por aquel entonces.

«Tengo cosas más importantes que hacer que poner las manos o quitárselas a Pedro Alfonso», le había querido decir Paula con aquel comentario.

Pamela sonrió.

—Debe ver la nueva obra de Margarita Hammlin. Yo he tenido la suerte de tener el papel principal. Tiene mucha fuerza —puso los dedos en la manga de Pedro—. Te veré después de la cena, cariño.

Se marchó dejando una estela de perfume. El último invitado fue un hombre joven, con gafas, cuyo traje estaba un poco arrugado.

—Hola, Pedro, me alegro de verte. Estaba nevando en Nanasivik esta mañana, así que el Twin Otter llegó tarde… Acabo de llegar —sonrió a Paula—. Tú debes de ser la hija de Alejandra… Se parece mucho a su madre.

Pedro dijo rígidamente:

—Paula, este es Marcos Kendall, mi primo. El hijo de Blanca.

Paula sonrió con simpatía al desconocido:

—¿Qué estabas haciendo en la Isla de Baffin, Marcos?

—Soy geólogo. Estaba tomando muestras en la zona.

—Estuve allí hace un mes —dijo Paula, explicándole algunas cosas relacionadas con su trabajo.

Las preguntas de Pablo eran tan inteligentes como su mirada, y fue Pedro quien los interrumpió.

—Tía Blanca te está saludando, Marcos. ¿No deberías ir a verla?

—Supongo que sí. Te veré después de la cena, Paula.

Los zapatos estaban matando a Paula. Apoyó el peso en un solo pie y dijo:

—Me gusta tu primo. Por cierto, tu amiga actríz te ha manchado de barra de labios.

—Marcos es una buena persona. Aunque no será nunca nada más que un geólogo de poca monta.

—Da la impresión de ser un hombre feliz —dijo Paula fríamente.

—No tiene un céntimo.

—Dejemos las cosas claras, pedro —le dijo ella—. Es evidente que tú estás obsesionado con el dinero. Yo no estoy detrás de un solo dólar tuyo. Prefiero ganar mi propio dinero.

Pedro sacó un pañuelo de su bolsillo.

—Quítame la barra de labios, ¿Quieres

No la creía, era evidente. Ella pensó en negarse a hacer lo que le pedía, pero no quería parecer una cobarde. Tomó el pañuelo y le limpió la mancha de carmín de tía Blanca de la mejilla y el rosa de Pamela de sus labios. Pedro se quedó de pie, muy quieto. Observándola. Cuando terminó, dijo él:

—No hay ninguna mancha de tu barra de labios.
—Ni la habrá.

—Es una pena —él tomó el pañuelo, le tomó la mano y le besó los dedos uno a uno.

El corazón de Paula pareció dejar de latir. El calor de su boca le había quemado sus defensas. Nunca había recibido un gesto tan seductor y sorprendente. Ella lo deseó. Su cuerpo se balanceó hacia él, y su ramo de flores se cayó al suelo, de manera que pudiera tocar con su mano aquel pelo negro, que encontró, como había esperado, grueso y sedoso al tacto. A medida que se instaló en ella un profundo sentimiento de necesidad y deseo, los alrededores parecieron desaparecer, dejándolos solos. Seductor y seducida. Él se puso rígido, soltó su mano y dijo:

—Así que estás deseosa como las demás… No sé por qué no me sorprende.

Fue como si le hubiera dado un bofetón. Se sintió humillada.

1 comentario: