lunes, 14 de noviembre de 2016

Hechizo De Amor: Capítulo 40

Era el día de su boda. Paula estaba en la cama en Los Robles, en la misma habitación en la que había estado su madre antes de casarse con Horacio el verano anterior. Estaban en noviembre, un mes que a ella nunca le había gustado. Estaba lloviendo.

Se casaban a la una. Horacio y Alejandra iban a ser los padrinos. Horacio había insistido en invitar a tía Blanca y a tío Leonardo. Después de un almuerzo, Pedro y Paula se irían a Toronto y volarían a las Bahamas, a un nuevo enclave turístico que Pedro tenía en las Exumas, donde se tomarían cuatro días de luna de miel. De allí irían a Vancouver, donde vivirían en una casa que Pedro tenía. Se instalarían allí un par de años. Pedro usaría la casa como lugar fijo, y desde allí viajaría a Nueva York, el Lejano Oriente y donde lo requiriesen los negocios.

Paula lo había aceptado, resignadamente, como si después de aceptar la boda pudiese aceptar otras cosas más fácilmente. Le habían aceptado la excedencia en el trabajo. Había dejado su casa, pero no la había vendido. No se sentía dispuesta a hacerlo todavía. Sus muebles, sus cuadros y su coche rojo iban viaje a Vancouver.

A la vuelta de su viaje a Marruecos, sus compañeros de la oficina de Toronto le habían hecho una fiesta, a la cual Pedro no había podido asistir. Había estado en Hawaii, de vuelta de Hong Kong. Ella había dejado paso a paso su antigua vida, y había organizado su vida con él, de acuerdo a sus deseos, de acuerdo con su trabajo, en su casa en Vancouver, con su bebé, pensó ella con tristeza. Si había tenido dudas alguna vez de por qué era el dueño de un negocio multimillonario, ya no le quedaba la más mínima. Era porque una vez que había tomado una decisión, era terriblemente eficiente y nadie lo paraba para llevarla a cabo.

Su embarazo había llegado al punto en que lo único que quería Paula era dormir. Estaba demasiado cansada para oponerse a Pedro. Era más fácil decirle a todo que sí. Dejar su trabajo, casarse, vivir en Mongolia, tener trillizos, si él quería. ¿Qué más daba? ¿Qué le pasaba? Ella nunca había sido el tipo de persona que se abandonase a los antojos del destino. Siempre había sido una luchadora. Pero no tema sentido luchar contra Pedro. Lo había intentado y había perdido. Y había demasiada gente involucrada como para huir.

 Al día siguiente de que se marchase Pedro a Hong Kong, ella había invitado a Horacio y a su madre a cenar. Les había servido lo que quedaba de sopa de zanahoria como primer plato, recordó con una sonrisa astuta; Alejandra la había elogiado. A lo que ella había respondido:

—Pedro y yo nos vamos a casar.

—¿Qué? —había gritado Alejandra.

—¿Por qué? —había preguntado Horacio.

—Dentro de dos semanas. En Los Robles, si están de acuerdo ustedes en que se haga allí.

—Cariño —Alejandra se puso de pie y le dio un beso en la mejilla a su hija—. Por supuesto que sí. Me siento muy feliz por tí. Un amor a primera vista… y yo ni me he dado cuenta.

—No pensé que ustedes dos eran remotamente compatibles —dijo Horacio.

—¡Oh, sí! Aunque nos llevó un tiempo darnos cuenta —de pronto no pudo más y dijo—: Estoy embarazada de Pedro.

Alejandra se quedó sin habla por una vez. Horacio preguntó:

—¿Estás enamorada de él?

—Lo estaré, con el tiempo —contestó Paula bajando la mirada.

—¿Y él de tí?

—Tendrás que preguntárselo —contestó ella con tono de desafío.

Horacio dijo bruscamente:

—Yo le he fallado a Pedro una vez. Cuando era muy pequeño. Le fallé, y estoy convencido de que en parte aquello es la razón por la que es tan cínico y despegado de las mujeres. No sabes cuántas veces he deseado poder deshacer lo hecho en el pasado, remediar mi propia ceguera y estupidez… Pero no puedo hacerlo. Nadie puede hacerlo.

—Me ha contado lo de Beatríz —dijo Paula.

—¿De verdad? —Horacio hizo una pausa—. ¡Qué interesante! A mí se niega a hablarme de ella. Si es tan abierto contigo, tal vez tú seas la mujer para él.

Paula  no lo creía, pero no lo dijo en voz alta. Desde que  le había dicho que estaba embarazada, Pedro no la había tocado. Como si ella le disgustase. Como si el que lo atrapasen en un matrimonio fuera motivo para dejar de desearla. Él no quería casarse con ella. Ni quería acostarse con ella.

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