domingo, 27 de noviembre de 2016

Seducción: Capítulo 19

—En primer lugar, no estoy saliendo con nadie y no tengo planes de hacerlo; eres la única que me interesa. En segundo lugar, te he demostrado esta noche que soy capaz de aguantar; de pasar tu ridícula «prueba» —permitió que parte de su rabia saliera a la superficie—. ¿Cuándo será nuestra próxima cita? Y esta vez será en un día específico a una hora concreta.
El camarero apareció con la botella que Pedro había pedido, un tinto de un castillo al norte de la Borgoña. Paula se fijó en la etiqueta descuidadamente y de pronto se quedó pálida y expresó evidente confusión con un suave gemido de desesperación.

—Debería habértelo consultado —dijo Pedro con cierto desconcierto—. ¿No te gusta el Borgoña? Es un vino excelente, lo he tomado antes.

—No —murmuró ella—. Está bien. Yo... alguien que conozco es dueño de las viñas, nada más.

Parecía como si estuviera a punto de echarse a llorar. ¿Sería el viticultor quien le había hecho sufrir? Otro misterio, pensaba Pedro mientras llevaba a cabo el ritual de oler el corcho y probar el vino. Cuando les llevaron unas crujientes barras de pan caliente, Pedro alzó su copa.

—Por los espacios donde podamos respirar.

Ella alzó su copa como si estuviera a punto de tomar veneno.

—Por la libertad —le dijo ella, presa por un momento de una aflicción que crispó su rostro.

Entonces se tomó la mitad del contenido de la copa de un trago; el camarero se la rellenó inmediatamente.

—Mis padres han tenido desde siempre una casa en la costa de Maine. Un viejo y entrañable lugar con una valla blanca frente al mar, con su playa privada y acres de bosques.  Siempre me ha encantado. El viento llega soplando desde Portugal y el aire es tan puro que puedes llenarte los pulmones de sal y de niebla.

—Eres muy afortunado —dijo Paula en tono seco mientras daba otro sorbo de vino.

Pedro apenas estaba bebiendo. Quería estar totalmente alerta esa noche; no tenía ni idea de lo que estaba pasando. ¿No era cierto que cada vez que la veía, se hundía un poco más en el misterio que era Paula?

—Tuve la inmensa suerte de criarme mayormente en Maine —continuó Pedro, pasando a relatarle algunas de sus escapadas de niño por la rocosa costa, con la esperanza de que ella se relajara.

El nivel de vino de la botella bajaba a un ritmo constante. Sus platos llegaron a la mesa, pero a Paula se le había quitado el apetito.

—En las dos próximas semanas tengo trabajo; es un viaje por algunas de las fábricas en Rusia y La Siberia que ha costado más de seis meses organizar. Pero podríamos quedar después.

Ella dió otro trago de vino.

—Con mis condiciones —dijo ella en tono bajo.

—De momento —respondió Pedro en el mismo tono.

Implacable, pensaba ella. Inamovible. Irresistible. Debería echar a correr rápidamente.

—La semana posterior a las dos siguientes estaré en Dinamarca. Podemos quedar en los Jardines del Tívoli, en Copenhague; el mercadillo anual de Navidad estará ya abierto.

—¿Qué vas a hacer en Dinamarca?

 Ése era un secreto que no tenía intención de compartir con él.

—La libertad significa no tener que darle cuentas a nadie de cómo vive uno —dijo Paula.

—¿O quiere decir, como dice la canción, que no tienes nada que perder?

—No puedes perder lo que nunca has tenido. Sírveme un poco más de vino, Pedro.

Mientras le servía, él continuó hablando.

—Dijiste que tu abuelo te dejó su dinero. ¿Cuando murieron tus padres?

A ella se le cayó una anchoa del tenedor encima del plato.

—¿Si nos encontramos en el Tívoli, tienes pensado acostarte conmigo?

—Sí —dijo él—, ése es el plan.

—¿Y si digo que no?

—Entonces tendré que hacerte cambiar de opinión, ¿Verdad?

—El deseo está pasado de moda —dijo ella con la dignidad de alguien que se ha tomado media botella de borgoña en poco rato—. Eso es lo único que hay entre nosotros... el instinto más antiguo de la historia. En cuanto te lo quites de en medio, te olvidarás de mí completamente. ¿Entonces qué saco yo de todo esto?

—¿Qué te parece la mejor relación sexual que hayas experimentado en toda tu vida?

Con un estremecimiento interior de alegría que rayaba en la histeria, Paula supo que no tendría casi nada con qué compararlo. Otro secreto que no iba a compartir con él.

—Estás demasiado seguro de tí mismo.

Pedro no estaba tan seguro de sí mismo como aparentaba: por dentro estaba hecho un lío y el jabalí podría haber sido una hamburguesa, de lo descentrado que estaba. Ella era como el mercurio, difícil de definir. Ya se podía ir olvidando de analizarla de algún modo racional.

El camarero apareció y le rellenó la copa a Paula.

—¿Querría el señor pedir otra botella?

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