viernes, 4 de noviembre de 2016

Hechizo De Amor: Capítulo 8

Pedro  le había dado el anillo a su padre. Y el sacerdote estaba pronunciando unas palabras en latín. Nerviosamente Paula le dió el anillo a Horacio. Se le escapó de entre los dedos y cayó en medio de las orquídeas. Ella lo buscó entre las flores,estropeando los caros pétalos. Al ver que no salía, sacudió el ramo y con un suspiro vió que el anillo caía al suelo y que rodaba por la alfombra verde. Hacia Pedro. Él se movió muy suavemente. Se agachó, recogió el anilló y se lo dió a ella. La miró a los ojos. No eran negros, como ella había creído, sino azules oscuros, impenetrables y fríos como un cielo invernal. Paula pestañeó. Intentó no tocarlo al tomar el anillo de su palma. Se oía el murmullo de la gente. Ella se puso colorada y le dió el anillo a su madre.Deseó que aquello terminase de una vez. No quería mostrar lo frágil que era. Seguramente Pedro ya se habría dado cuenta. No se perdía detalle.

Horacio besó a la novia con decoro. Su madre se veía feliz. Entonces la tía Blanca empezó a tocar el órgano otra vez. Horacio tomó la mano de Alejandra y sonrió. Luego empezó a caminar por el pasillo junto a su esposa.

Era el turno de ellos. Pedro puso su mano encima de la de ella. El calor de su piel pareció quemarla. La mirada de Pedro expresaba hambre. Ella sintió pánico. Luego, de pronto, aquel hambre desapareció, como si jamás hubiera estado allí. Paula desvió la mirada de él y sonrió a los invitados. Con esfuerzo logró recuperar la voz y dijo:

—Tu tía se ha superado a sí misma.

Él no contestó y preguntó:

—¿Realmente te has querido burlar de mí poniéndote ese vestido, verdad?

Paula lo miró y le dijo:

—En este preciso momento nos están observando unas doscientas personas, algunas de las cuales, supongo, deben de ser amigos tuyos… Intenta controlar tu carácter. En cuanto a tu tía, cualquier músico que se precie debería ser capaz de improvisar.

—Jamás hace otra cosa que improvisar, y realmente me molesta mucho quedar en ridículo.

—Un poco más cerca de la señorita, señor Alfonso Sonría… Así… ¡Estupendo! — exclamó el fotógrafo.

Cegada por el flash, y espantosamente consciente del roce de la cadera de Pedro y de su hombro, Paula se tambaleó. Enseguida Pedro la sujetó por la cintura. Instintivamente, ella supo que él podría haberla llevado en brazos por toda la casa sin mayor esfuerzo. Con una mano rodeándole las caderas, y la otra apretándola contra su pecho… ¿Qué demonios le pasaba? ¿Había perdido la cabeza?  Se soltó de él y guardó la compostura. Con alivio, vio que Alejandra y Horacio los estaban esperando.

—Madre, felicidades —dijo Paula cariñosamente, y le dió un beso en la mejilla. Luego extendió la mano a Horacio—. Me alegro de conocerte. Lo que lamento es haberlos hecho esperar.

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