miércoles, 16 de noviembre de 2016

Hechizo De Amor: Capítulo 49

—No me gusta mezclar los negocios con el placer… Te lo he dicho —dijo él fríamente.

—Soy tu esposa. Supongo que no es lo mismo, ¿No?

—Mira, puedo estar contigo mañana por la tarde en Vancouver mientras vuelves a tomar posesión de la casa. Pero tengo que tomar el vuelo nocturno.

—¿Qué ocurre en Singapur? —preguntó Paula.

—Es muy complicado para explicártelo —dijo él con impaciencia.

—Intenta explicármelo…

Pedro bebió el zumo.

—Tengo que hablar por teléfono un par de horas más. Llámame cuando esté listo el almuerzo.

—Pedro, soy una mujer inteligente. Estoy segura de poder comprender la crisis de Singapur.

—¡No tengo tiempo!

—Entonces, dame un beso antes de irte.

—Si hago eso, ya sabes en qué terminará… —dijo con cortesía.

—El besarse no es solo algo que tenga que ver con el sexo —le dijo Paula.

 —Entre nosotros es así.

Pedro probablemente lo había dicho como un cumplido, pero ella sintió frío en su interior.

—¿Y qué me dices del afecto… y el cuidado por otro?

—¿Por qué las mujeres siempre tienen que meter los sentimientos por medio?

—Yo no soy una mujer cualquiera. Soy tu esposa. Y los sentimientos son importantes.

—¡Por el amor de Dios! Hay un lugar y un momento para cada cosa… Si queda algo de esa ensalada de gambas, me gustaría comerla para el almuerzo.

Y entonces se marchó.

Paula se sentó en la banqueta más cercana. «Descalza en la cocina, o sexy en la cama». ¿Sería así como Pedro la vería? Dos estereotipos, y ninguno de los dos una mujer de verdad, con sentimientos.

Él no estaba enamorado de ella. Se estaba engañando al considerar esa posibilidad. Ella lo excitaba, sin duda. Pero él no quería que ella invadiera toda su vida. Se tapó las orejas para no oír a Pedro hablando por teléfono. Había sido una tonta por haberse enamorado de él. Porque cuando él se cansara de ella sexualmente, ¿Qué les quedaría? Nada.

A las tres de la tarde del día siguiente Paual estaba pasando el umbral de otra casa. El personal de servicio había preparado la mansión para su llegada. Estaba inmaculadamente limpia y caliente.

Arquitectónicamente la casa tenía una vista panorámica, pero los muebles eran austeros, sus colores neutros y le faltaba un toque personal. No era un hogar donde pudieran vivir un marido, su mujer y un niño. Pedro estaba al teléfono nuevamente. La magia de la luna de miel había desaparecido para ella. La noche anterior no había podido resistir la pasión que Pedro le despertaba. Pero ella no había puesto el alma aquella vez,  había sido solo hacer el amor.

—Estarás bien aquí —le dijo Pedro—. El ama de llaves y el jardinero viven aquí, en la cabaña. Sus nombres son Sara y Tomás, y la casa tiene un excelente sistema de seguridad. Tienes un coche en el garaje para uso tuyo exclusivamente. Tomás tiene todas las llaves y puede ayudarte en lo que te haga falta.

—La siento vacía —dijo ella.

—Bueno, lo ha estado. Durante casi dos años —Pedro sonrió, preocupado—. Salgamos a cenar fuera. Luego tendré que ir al aeropuerto.

No le pidió ir al aeropuerto con él. ¿Para qué?

—No tengo mucha hambre —dijo Paula, algo enfadada.

—Tienes que comer.

—Por el bebé.

Él asintió.

—Pedro… —dijo Paula—. ¿Tú me amas?

—¿Por qué me lo preguntas?

—Porque quiero saberlo —dijo ella, deseando no haber hecho la pregunta.

—Te dije una vez que no soy capaz de enamorarme.

—Entonces, ¿Qué sientes por mí?

—Me importas… ¿Qué pasa? ¿No has disfrutado de nuestra luna de miel, Pau?

—Me encantó. Pero ahora se ha terminado. ¿Qué pasará a partir de ahora? Eso es lo que quiero saber.

—No tengo ni idea.

Paula se arrepintió de haber iniciado aquella conversación.

—¿Por qué no te llevas algo para comer en el aeropuerto? Yo estoy cansada del viaje. Creo que me echaré un rato. «Échate conmigo», le habría querido decir.

Pero ella era demasiado orgullosa para pedírselo.

—Tal vez haga eso. Ya he preparado las maletas y puedo decirle a Gerardo que nos encontremos en el aeropuerto para que podamos comprobar unas cifras.

Paula no sabía quién era Gerardo. Pero no preguntó.

—Espero que todo vaya bien —dijo ella con cortesía distante.

Pedro frunció el ceño.

—Cuídate, Pau… Pareces cansada. Tomás me llevará al aeropuerto. Te llamaré mañana.

Le dió un beso rápido en la mejilla y salió de la habitación. Paula fue a la biblioteca, cuyas ventanas daban a la entrada a la mansión. Apareció un coche. Un hombre canoso salió de él y ayudó a Pedro con el equipaje. Luego se marcharon los dos en el vehículo.

Paula intentó que le gustase la casa. En la primer llamada de Pedro, fue muy puntilloso acerca de mantenerse en contacto, le dió carta blanca para que gastase el dinero en lo que le pareciera. Ella re decoró uno de los salones, y solo después de terminarlo se dió cuenta de que había imitado la atmósfera del búngalo, donde había sido tan feliz. Después pensó que no tenía sentido cambiar más cosas, ella no se sentía feliz.

Casi deseaba que Pedro no la llamase tan a menudo, puesto que parecía a kilómetros de distancia, y lo estaba en sentido literal, pero también emocionalmente. Ella estaba llegando poco a poco a la conclusión de que se había hecho demasiadas ilusiones de que él tuviera escondidas las emociones y de que ella sería capaz de desenterrarlas.

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