viernes, 25 de noviembre de 2016

Seducción: Capítulo 15

El Genoese en una noche fresca y húmeda de noviembre debería haber sido un destino agradable. Pedro había caminado desde su hotel y disfrutado de unas magníficas vistas del puerto de Mónaco y el picado mar Mediterráneo de fondo; había pasado por delante de los jardines excesivamente arreglados del casino hacia una calle lateral cerca del agua, donde un cartel discretamente iluminado rezaba El Genoese.

Eran exactamente las siete y media. El bar, comprobó con angustia, estaba en un nivel subterráneo al que se accedía por una estrecha escalera de caracol. Su pesadilla resurgía de nuevo. Tenía treinta y cinco años, no once. Debería poder bajar unas escaleras y pasarse seis horas en una habitación sin ventanas sin sentir que le faltaba el aire. Claro que no era tan sencillo. Paula, estaba casi seguro, no llegaría hasta el viernes. Si aquello era una especie de prueba, ¿Por qué iba a ir a él antes de ese día? A no ser que ella pensara que él no se molestaría en ir hasta el viernes. Era inútil tratar de adivinar lo que iba a pasar. Pedro tomó una bocanada de aire cargado de salitre, bajó las escaleras despacio y empujó la pesada puerta negra. El ruido lo golpeó sorpresivamente. La música de rap sonaba a un volumen altísimo. Jamás había sido un aficionado al rap. Dejó que la puerta se cerrara tras de sí, con el corazón latiéndole con fuerza. El local era espacioso, con mesas alrededor de una pista de baile central iluminada con luces parpadeantes que enseguida lo desorientaron. Una sala grande, pensaba con inquietud; no un cuartucho del tamaño de un armario, como el lugar que jamás sería capaz de olvidar. «Venga, puedes hacerlo, Pedro», se decía mientras respiraba hondo de nuevo.

Pedro se  apoyó contra una pared y paseó la mirada de una cara a otra, deseando de todo corazón que Paula estuviera entre ellas. Los clientes eran jóvenes que vestían vaqueros y cazadoras de cuero de diseño. Las sedosas melenas de las mujeres brillaban como las de los anuncios de champú; el nivel de energía era frenético. Sin embargo, ella no estaba allí. Ocupó una mesa vacía cerca de la puerta desde donde vería a cualquiera que entrara o saliera. Se quitó la trenca y se sentó, pidió una botella de Merlot y un plato de frutos secos. Automáticamente localizó con la mirada las señales luminosas de salida, deseando que el techo no le pareciera tan bajo y que apagaran las luces de la pista. Deseando no haber conocido jamás a Paula Chaves. Las hormonas dominaban su vida, pensaba con furia mientras meditaba sobre lo mucho que le pesaba el control que ella, con su figura esbelta y su rostro exquisito, tenía sobre sus sentimientos. Pero por mucho que hubiera tratado de librarse de lafuerza de aquel control, no era capaz de disminuirlo. ¡Dios! sabía que llevaba tres semanas intentándolo con todas sus fuerzas. Ella, había que ser justos, no tenía ni idea de la ardua prueba a la que lo había sometido obligándolo a que esperara en aquel bar del sótano.

Las luces estroboscópicas se reflejaban en las botellas detrás de la barra, mientras la gente bailaba en la pista, retorciéndose al ritmo de la música primitiva e indudablemente hostil. La pequeña habitación había estado silenciosa; silenciosa como una tumba. Tan silenciosa que daba miedo, que hacía enloquecer. Después de tantos años, él hacía lo posible para no pensar en el secuestro que tanto había alterado su vida. A los once años lo habían agarrado mientras caminaba por la acera junto a su colegio; lo habían drogado y encerrado en un sótano durante quince días y catorce noches. Los secuestradores, se había enterado después, habían estado pidiendo un rescate. El FBI había trabajado con admirable eficacia y rapidez y habían localizado el escondite, habían detenido a los secuestradores y lo habían rescatado. Aparte de las drogas, que le habían dado para mantenerlo en silencio y administrado con una jeringuilla por un hombre enmascarado que no le había dirigido ni una sola palabra, había salido ileso. Jamás había olvidado las lágrimas de su madre cuando se habían encontrado cara a cara en la comisaría de policía, o los signos de agotamiento en la cara de su padre.

El efecto secundario duradero había sido el miedo a la oscuridad, a los lugares subterráneos. En ese momento, para vergüenza suya, le sudaban las palmas de las manos, tenía un nudo en la garganta y el corazón le latía con fuerza. Como cuando tenía once años. A las dos de la madrugada, cuando el guarda de la puerta cerró el bar, a Pedro se le habían insinuado seis mujeres, estaba medio ensordecido y harto de Merlot y de cacahuetes. Además, la claustrofobia no había cedido. Subió las escaleras y salió a la acera. Se metió las manos en los bolsillos y echó a andar hacia el este por el paseo marítimo, donde los edificios se aglomeraban por la colina que descendía hacia una extensión de arena pálida. Sería inútil pensar en dormir hasta que se hubiera recuperado de todas esas horas tremendamente largas. Debería marcharse de Mónaco; olvidar todo aquel ridículo asunto. ¿Merecía te pena esperar a alguien dos noches seguidas en El Genoese? ¿Después de todo, qué sabía en realidad de Paula? Cierto, ella le había dado su palabra. ¿Pero qué valor tenía? ¿Y si no se presentaba? ¿Y si pasaba la noche en Milán, con uno de los muchos hombres que había mencionado, riéndose al pensar en Pedro sentado en aquel bar de aquella cuidad de la Riviera francesa?

Se estaba riendo de él. Y eso lo odiaba tanto como odiaba enfrentarse a los demonios del pasado. ¿Y cómo podía desear a una mujer que no le daba importancia al sexo, por decir algo? Era promiscua, pensaba con pesar, sabiendo que llevaba tres semanas evitando decir la palabra. Parecía tan angelical... y sin embargo, se había acostado con muchos hombres a lo ancho y largo de Europa. La había visto en los recortes y ella misma lo reconocía. Lo lógico era volver a Nueva York por la mañana y olvidarse de la pelirroja de ojos vivos, inteligencia despierta y moralidad casi inexistente. ¿Acaso no había hecho lo posible desde el principio para descorazonarlo? El Genoese era el toque final. Después de malgastar tres noches de su vida de un modo tan estúpido, no tendría prisa por buscarla. Lo cual significaba que ella habría ganado.

1 comentario:

  1. Muy buenos capítulos! Me da mucha pena que Pedro tenga que pasar por tantas cosas, cuantas pruebas le pone Pau!

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