domingo, 6 de noviembre de 2016

Hechizo De Amor: Capítulo 14

Entonces, ¿Por qué estaba solo en medio de la pista de baile? ¿O era una táctica para mantener su interés sexual aquello de retirarse a tiempo? ¿O de verdad no quería nada con él? Estaba tenso, tenía los puños apretados.

Había estado evitando a Pamela, sin duda. Pero cuando él se acercó al grupo en el que estaba ella, Pamela lo recibió con una sonrisa provocativa y aparentemente disimulando su molestia, si la tenía. Era una actriz muy buena. Y él sabía que estaba interesada en él. Quiso pasárselo bien, pero la imagen de Paula con su vestido turquesa no se le quitaba de la cabeza, como si estuviera con él escuchando todo lo que se hablaba, las innumerables veces que Pamela lo había llamado «cariño», una palabra que él odiaba, pensó. Alejandra la usaba siempre para dirigirse a Horacio.

Cuando había besado la mano de Paula había querido provocar la misma reacción en ella que la que ella había provocado con su vestido turquesa: darle un bofetón. Pero cuando la había besado en la pista de baile, se le había olvidado totalmente aquello de darle una lección. Lo único que le había interesado era seducirla.

Pamela tiró de su manga y Pedro prestó atención a lo que estaban hablando. Pero, a pesar de ello, sus pensamientos siguieron la misma dirección de antes. Él sabía cuáles eran todos los movimientos a seguir cuando conocía a una mujer. Podía conseguir a Pamela cuando quisiera. Tal vez fuera por ello que no la deseaba. A pesar de llevar saliendo con ella desde hacía dos años, no se habían acostado. Siempre había habido una razón para no hacerlo: un viaje de último momento para inspeccionar el enclave de Kenia, una crisis en los campos de Canadá, un cambio repentino en el mercado. Excusas. Excusas para ocultar que algo que podía conseguir tan fácilmente no debía de merecer la pena tenerlo.

Recordaba el día en que Pamela había intentado que ocurriese. Su instinto lo había advertido de que ella sería tan poco apasionada en la cama como tan manipuladora fuera de ella. Pamela había estado tan segura de poder seducirlo, que el rechazo de él había sido un shock para ella. Pero se había recuperado rápidamente. Los millones de los Alfonso le compensaban el rechazo sexual. La fama de Broadway era efímera, y ella no tenía aptitudes para las películas. Pamela quería seguridad, tanto social como económica, algo que la fortuna de Pedro podía darle. Así que ahora estaba esperando que él cambiase de opinión.

Pero desde que había conocido a Paula eso era menos probable que ocurriese. Paula no era fácil, como Pamela. Tenía carácter, y no se molestaba en ocultarlo, y tema una lengua que lo igualaba. Y un cuerpo inigualable… Ella le había dicho que no quería su dinero. Seguro, pensó él. Nadie, pero nadie, era inmune a su dinero. Cuanto antes se olvidara de Paula, mejor. Bailó con Pamela y con las demás mujeres de la fiesta. Se aseguró de que el coche en el que partirían su padre y Alejandra tuviera unas cuantas latas atadas y los saludó cuando se marcharon, tratando de mirar a Paula como a una invitada más. Se inclinó para oír lo que estaba diciendo Pamela:

—Cariño, ¿Te importaría que me quedase aquí esta noche? No me gusta la idea de volver en coche con los Weston. Es un aburrimiento.

—Mejor que no, Pamela. Tengo que levantarme temprano por la mañana. Tengo que tomar el primer vuelo a Tokyo.

Le pareció que ella expresaba rabia en sus ojos azules, pero con una especie de puchero contestó:

—Lo que tú digas, pero nos vemos tan poco…

—Volveré en cuatro o cinco días.

—Podemos cenar el viernes en el Plaza. En nuestra mesa habitual —se puso de puntillas y le dió un beso suave en la boca.

Él no sintió nada. Un gran número de hombres hubieran querido que la bella Pamela los besara, y en cambio él lo único que deseaba era que se fuera cuanto antes. Acompañó a Pamela y a los Weston hasta el coche. Luego lo entretuvieron otros invitados. Se deshizo de ellos en cuanto pudo y volvió a la tienda donde estaba el baile. Aún quedaban invitados. Paula no estaba por ninguna parte. Él se quedó de pie muy quieto, el corazón le latía aceleradamente. Pero no era efecto de su carrera por la hierba. ¿Se trataba de lascivia? ¿De rabia por que ella no estaba?

Marcos y sus amigos parecían dispuestos a pasar el resto de la noche allí. Solía aprovechar las fiestas hasta el final cuando estaba en la civilización. Pedro se acercó a él y le preguntó:

—¿Has visto a Paula?

Marcos miró alrededor.

—Estaba bailando con Rodrigo cuando la ví por última vez. Siento no poder decirte más, Pepe.

Pedro miró por todos lados, sabiendo que su búsqueda sería inútil. Paula llevaba dos días prácticamente sin dormir, y se había ido a su habitación. ¿Y por qué tenía que haberse molestado en decírselo a él? Si lo único que habían hecho desde que se habían conocido era pelearse… Pero no pensaba llamar a la puerta como un adolescente enamorado. Tal vez se hubiera vuelto a Toronto. Después de todo, ella le había dicho adiós en la pista de baile. Corrió a la puerta de entrada. Su Mazda rojo estaba estacionado allí. Acarició un segundo el capó, como a el contacto pudiera decirle algo sobre su dueña. Luego, con un gesto de disgusto hacia sí mismo, se quitó la pajarita y subió los escalones del porche de dos en dos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario