domingo, 6 de noviembre de 2016

Hechizo De Amor: Capítulo 13

¿Bailar con Pedro? Antes hubiera preferido caminar descalza por el desierto.

—Enseguida iré —contestó Paula. Luego dijo—: No dejes de sacarme a bailar, Marcos—y pasó por delante de Pedro en dirección al baile.

Al atravesar la hierba, Pedro le rodeó la cintura. Ella se estremeció al contacto.

—Dentro de dos horas esto habrá terminado —dijo él—. No veo la hora.

Paula estuvo de acuerdo internamente. Ya era de noche. La tienda donde se había instalado el baile estaba adornada con rosas que daban su perfume al ambiente. Por un momento, ella  se relajó en el círculo que formaba el brazo de Pedro, olvidándose de que lo despreciaba.

—¡Oh, Pedro, es estupendo! —dijo.

—Bailemos —contestó él.

Pedro  la tomó en sus brazos. Era un bailarín experto. Se acercaron a Alejandra y a Horacio. Cuando terminó el vals, hubo un aplauso de los invitados.

—Misión cumplida—dijo Paula.

—La próxima, la bailaremos para nosotros.

—¡No sé de qué nosotros estás hablando!

La orquesta estaba tocando una melodía suave. Paula intentó soltarse, pero él no la dejó. La apretó contra su pecho. Luego apoyó su mejilla en su pelo y la penumbra empezó a acoplarse con la música. La cara de Paula parecía anidar en el hueco del hombro de Pedro. Ella podía oler el perfume de su loción de después de afeitar, y su fragancia propia, masculina, fresca, limpia. Pedro deslizó una mano por la cadera de ella. Con la otra le tomó la mano. Paula no pudo evitar el deseo que fluyó de su cuerpo, dulce, caliente, urgente. Ella deseaba a ese hombre. Quería estar tumbada con él, piel con piel, con los cuerpos desnudos y entrelazados. Quería atravesar con él los caminos de la pasión. Su corazón se aceleró. Sintió la erección de Pedro a través de la tela de la ropa, algo que dejaba más claro que las palabras que el deseo era mutuo. Ella odiaba todo lo que él representaba. ¿Cómo podía ocurrírsele siquiera acostarse con él?

Con un gemido de incomodidad, ella intentó apartarse de él. Pero como si los movimientos de ella lo excitaran, Pedro le tomó la barbilla y se inclinó para besarla. Como si un hechizo hubiera caído encima de ella, Paula esperó, y cerró los ojos para sentir la suave presión de sus labios. Para su sorpresa, no hubo hambre en su beso, solo necesidad de darle placer, le pareció a ella. Apenas consciente de lo que estaba haciendo, ella le rodeó el cuello con sus brazos, y le ofreció su boca. Él murmuró algo que ella no comprendió, luego su lengua le dibujó el contorno de su labio inferior, y penetró su boca cuando ella la abrió. El deseo creció entre ellos como un fuego extendido, tan feroz y primitivo que Paula empezó a temblar. El brazo de Pedro le  apretó más la cintura. Y él se apoderó de la dulzura de su boca. Luego, lentamente, él levantó la cabeza. Sus ojos estaban oscuros como pozos. Paula no sabía qué estaba pensando. Era un extraño para ella. No solo un extraño, sino un enemigo, pensó ella con pánico. Sin embargo ella le había permitido una intimidad que rara vez le permitía a nadie. Tenía que terminar aquello. —Así aprenderé a no beber champagne —dijo ella con firmeza.

—¿Solo me has besado porque estás borracha? ¿Es eso lo que quieres decir?

En aquel momento los brazos de Pedro estaban flojos. Paula se echó hacia atrás, y se alisó el pelo.

—No nos engañemos, Pedro. Yo no te gusto. Y tú no me gustas. He dormido menos de cuatro horas en los últimos dos días, y las bodas, especialmente las de mi madre, me cansan. Ve a buscar a Pamela que yo le diré a Marcos que baile conmigo.

—Así que, ¿Eso es lo que buscas? ¿Un muchacho al que puedas llevar de la naríz?

—Quiero a alguien que no se me eche encima como un perro hambriento.

—¿Sabes lo que te hace falta? Que te domen, Paula Chaves…

—¿Quieres decir que cualquier mujer que te dice «no» necesita que la enderecen?

—… y yo soy el hombre indicado para hacerlo —dijo él.

—¡Ve a domar a Pamela! ¡Ve a domar a cualquier otra mujer de esta pista de baile! ¡Pero no te atrevas a hablar de domarme! Parece que no estás acostumbrado a que una mujer te diga «no». Es una palabra muy simple. Una sílaba, dos letras. No sé por qué tienes tanto problema con ella —Paula tomó aliento—. Gracias a Dios, allí está Marcos. Adiós, Pedro. Ha sido muy instructivo conocerte. Y puedes estar seguro de que este año pasaré las navidades en la Antártida.

Paula se marchó de la pista de baile hacia donde estaban Marcos y sus amigos. Se alegraron todos de verla. Cuando ella volvió a mirar, no vió a Pedro por ningún sitio.

Por un momento Pedro contempló la idea de ir tras Paula, de tomarla en sus brazos, a pesar de las miradas de los invitados, y de besarla hasta no poder más en medio de la pista de baile. Porque sabía que podía hacerlo. Él había notado su deliciosa rendición en todo su cuerpo. Ella lo deseaba tanto como él a ella.

No hay comentarios:

Publicar un comentario