domingo, 13 de noviembre de 2016

Hechizo De Amor: Capítulo 33

El domingo, Paula se despertó tarde, entre pesadillas. El sol entraba por las cortinas. De pronto añoró el viento en la cara, estar montando a caballo, cualquier cosa para no pensar en Pedro. Y eso hizo. Pero después de un rato disfrutando del viento en la cara, vio que otro jinete se acercaba hacia ella. Era Pedro. Luego había andado más serenamente. Y entonces había presentido la presencia de otro caballo que iba hacia ellos. Era un semental llamado Starlight, y Pedro su jinete. ¿No podría deshacerse nunca de él?

—Tranquilo, chico, tranquilo —le había dicho ella a su caballo.

Cuando Pedro vió a Paula se quedó sorprendido. De todos los caballos, Rajah era el más difícil de dominar. ¿Estaba loca? ¿O era negligente? Se había acercado a ella.

—¿Quién te ha dado permiso para montar ese caballo? —le preguntó.

—Tu padre, que es su dueño.

—Mi padre no te ha dado permiso para montar a Rajah por los diques a cuarenta kilómetros por hora. Esto no es Texas. Rajah es un caballo difícil, no un potrillo. ¡Podrías haberte roto el cuello!

Paula tensó las riendas y Rajah se movió nerviosamente.

—No vamos a discutir esto mientras montamos. Vete, Pedro. Me lo estaba pasando bien hasta que llegaste tú.

Entonces ella quitó el pie del estribo y se bajó. Llevó a Rajah a un arroyo que había entre los árboles. Pedro se bajó del caballo también. Ató a Starlight al árbol más cercano y fue tras ella. Intentó controlarse. ¿Por qué le costaba tanto cuando estaba con Paula? Después de todo era solo una mujer. ¿Solo una mujer? ¿Estaba de broma? Ella lo vió venir y lo miró.

—No te das por aludido, ¿Verdad? —dijo ella con amargura.

—Se te ve mucho mejor —dijo él.

—Hasta que has venido tú me he sentido mejor.

Pedro se rió de malagana.

—Podemos intercambiar insultos como los niños en el parque, Paula. O podemos intentar comportarnos como adultos… Sinceramente me ha dado miedo verte montar a Rajah tan negligentemente.

Ella dejó las riendas en una rama.

 —No estaba montando a Rajah negligentemente —dijo.

—¡Ese caballo es muy difícil de montar!

—Ese caballo está comiendo hierba tranquilamente al lado del arroyo, y yo, como ves, estoy entera.

 —No cedes un centímetro, ¿No?

—No en lo que se refiere a tí.

Ella llevaba una camisa amarilla y unos pantalones de montar. Sus botas estaban bastante usadas. Él hubiera deseado tomarla en sus brazos y besarla hasta que ninguno de los dos pudiera respirar.

—Me alegro de que te sientas mejor —dijo Pedro.

Paula se quedó callada. Tenía que decirle que estaba embarazada, pensó, con desesperación. Entonces, ¿Por qué no allí, en aquel sitio tan pacífico, donde nadie los interrumpiría? Ella tomó aliento y dijo:

—El motivo de que me sienta mejor es que se me han pasado las náuseas.

Hubo un silencio y luego Pedro preguntó:

—¿Las náuseas?

—Sí, estoy embarazada.

Durante unos segundos ella no dijo nada.

—¿Quién es el padre? —preguntó Pedro.

—Tú, por supuesto.

—¿Por supuesto? No sé nada de tí. Podrías haber estado acostándote con una docena de hombres.

—Te dije que hacía mucho tiempo que no lo hacía.

—¿Te acuerdas de la boda, Paula? ¿Que te sentiste mal cuando te pusieron los canapés? ¿Estabas embarazada entonces?

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