lunes, 28 de noviembre de 2016

Seducción: Capítulo 23

—Caminemos un poco más —dijo Pedro.

 Siguieron la circunferencia del lago. Al otro lado, un grupo de adolescentes mal vestidos aparecieron delante de ellos; Paula se puso tensa y se le ocurrió que tenía que retroceder o hacer algo antes de que la vieran. Pero era demasiado tarde. La chica que iba delante, que tenía pendientes en la naríz, en las orejas y en el labio inferior, gritó el nombre de Paula y echó a correr hacia ella mientras se lanzaba a hablar en danés a toda velocidad. Los demás chicos también se acercaron corriendo y la rodearon , muy contentos de haberla visto. Cuando se despidieron de ella un par de minutos después, Pedro le preguntó con naturalidad:

—¿De qué estaban hablando?

—¿De verdad no entiendes el danés? —dijo Paula—. ¿Sólo las dos palabras que me has dicho?

—Nada más.

Ella decidió contarle sólo parte de la verdad.

—Piden junto a la estación. Una vez les dí dinero y me puse a hablar con ellos. Eso es todo.

—No lo creo —dijo él en tono seco.

—¿Me estás llamando mentirosa?

—Cuéntame el resto de la historia, Pau.


—Me cayeron bien —dijo ella—. Lo arreglé para que puedan dormir en un hostal a expensas mías —que también era una verdad a medias—. ¿Podemos hablar de otra cosa?

—Qué amable por tu parte —dijo él.

—¿Con la cantidad de dinero que tengo? —respondió Paula.

—Te has implicado personalmente; por eso es un gesto amable. Cualquiera que tenga dinero puede regalarlo.

De pronto relacionó en su mente aquel tema con Mariana. Mariana también se implicaba como Paula. ¿Sería ésa la naturaleza del vínculo entre las dos? Misterios y más misterios.

 —Vamos a buscar algún sitio donde podamos sentarnos.

—Hay un restaurante muy elegante en mi hotel —dijo Paula en tono tirante.

 Seducirlo no parecía su propósito y Pedro se dijo que su atuendo no era formal.

—He visto un sitio que me ha gustado cerca del auditorio —dijo él. Y en cinco minutos estaban sentados en una pintoresca casita de campo donde tenían el menú en inglés y en danés.

—Todavía no has contestado a mi pregunta —le dijo Pedro después de pedir—. Así que la voy a contestar yo. Me apuesto lo que quieras a que no te has acostado con San Nicolás.

Paula lo miró con cautela. Por supuesto, tenía razón.

—¿Por qué lo dices?

—¿Te acuerdas de las fotos de las revistas que me enseñaste? Bien, cuanto más te trato, menos me inclino a creer que puedan ser evidencia de tu... cómo llamarla, promiscuidad —Pedro  hizo una pausa, conmovido como siempre por la inteligencia de su mirada y la vulnerable curva de sus labios—. Tú tienes algo especial... — continuó él despacio—. Una ingenuidad que te sale de dentro.

Paula se deslizó hacia delante y le respondió en tono irritado.

—Puedes creer lo que quieras.

—Las pantallas de humo son... tu especialidad.

—Ya conoces el dicho ése de que no hay humo sin fuego.

—Tú no has sabido lo que era un fuego hasta que me has conocido a mí.

—¿Cómo puedes decir eso? —le respondió con cierta indignación.

—La primera vez que te besé te entró un miedo horrible... Fue en el Muelle del Pescador, ¿Recuerdas? Y eso fue porque desperté a la mujer apasionada que llevas dentro. Una mujer que no tiene nada que ver con la de esos recortes de periódico.

—Deberías estar escribiendo libros —comentó ella con sarcasmo—. La ficción es tu especialidad.

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