lunes, 7 de noviembre de 2016

Hechizo De Amor: Capítulo 22

La limusina tenía un chófer llamado Humberto, y era de Pedro. Estaba claro que tenía mucho dinero. En realidad lo que la asombraba era que no poseyera la maldita compañía aérea. Agradeció a Humberto que le recogiera las maletas y se sentó. Llevaba un traje de pantalón y chaqueta, elegante y que no se arrugaba, y se había cepillado el pelo y maquillado antes de aterrizar. Se alegraba de ello.

Lo único que tenía que hacer era disfrutar de un concierto al que había tenido ganas de asistir, y no acostarse con Pedro. No había problema. Era posible que no se hubiera curado de él, pero tenía como norma no repetir dos veces el mismo error. Él estaba sentado a unos treinta centímetros de ella y no parecía dispuesto a acortar el espacio. Ni siquiera había intentado besarla en el aeropuerto. Tal vez él se hubiera curado de ella. En cuyo caso ella ya no estaba en peligro. No si él no quería acostarse con ella.

—He dejado preparado algo para picar en mi departamento… He reservado mesa en un restaurante para que cenemos después del concierto. Humberto te llevará mañana a La Guardia por la mañana.

—Desde mi hotel.

—Mi departamento tiene una suite de invitados.

—¡Qué amable de tu parte!

—No seas maliciosa, Paula. No es tu estilo.

—¿Y cómo lo sabes?

—¡Oh! Sé muchas cosas acerca de tí —dijo él, mirándola de arriba abajo—. Excepto una cosa: ¿Por qué te marchaste en mitad de la noche?

—¿Estás seguro de que quieres que te conteste?

—Te lo he preguntado…

—Estaba avergonzada de lo que había hecho. Me sentía barata, como si hubiera traicionado todos mis principios.

—¡Qué moral tan alta!

—¡Muy anticuada! No he hecho eso nunca… El irme a la cama con un hombre que apenas conozco.

—Entonces, ¿Qué tengo de especial?

Ella no pensaba contestarle.

—Dijiste aquella vez que teníamos una noche. Que no había mañana. ¿Por qué haces tantas preguntas?

—No me gustan los cabos sueltos.

—No es una descripción muy halagüeña de mí.

—No me gustan los halagos. ¿Y a tí?

Aunque Pedro llevaba un traje a medida de hombre de negocios, tenía el mismo aspecto de hombre peligroso de la vez anterior. Y parecía que lo había enfadado. Ella se había marchado antes de que él le hubiera dado permiso para marcharse.

—¿Hay llave en la suite de invitados?

—Sí. Y un escritorio antiguo que puedes poner detrás de la puerta.

—Gato y ratón, Pedro… A tí seguro que te gusta jugar.

Él se rio por primera vez.

—Tú no eres un ratón, Paula Chaves.

—Del mismo modo que tú no eres un gato. Eres más bien un león.

—Me halagas.

—Yo nunca prodigo los halagos, y espero que ese escritorio sea pesado.

—Es de roble macizo.

Le gustaba cruzar espadas verbales con él. Porque, además de alerta, la hacía sentir viva. Pero sabía que las espadas tenían filo, y que el duelo con Pedro sería letal.

—No estás acostumbrado a las mujeres que actúan con iniciativa propia.

—Es agradable algo diferente.

—Una diversión —dijo ella con amargura—. Una vez tuve una aventura con un hombre que me veía como una diversión. Y hace poco casi vuelvo a caer. ¡Tonta de mí! No me hagas eso, Pedro.

Él se giró levemente en su asiento y dijo:

—El tráfico está peor de lo que esperaba.

Paula recibió el mensaje: para Pedro ella era una diversión, una mujer interesante, divertida, a quien se podía dejar fácilmente. Nuevamente se repetía la historia. Esperaba que el concierto fuera bueno, pensó ella, echándose hacia atrás en el asiento y cerrando los ojos.

La limusina se detuvo. Paula deseó poder dormirse. Pedro le apretó el codo y dijo:

—Ya hemos llegado.

Momentos más tarde entraron en un elegante edificio, frente a Central Park. Pedro tenía el último piso solo para él. La habitación de invitados tenía llave y el escritorio parecía imposible de mover.

—¿Por qué no comemos primero? —dijo Pedro—. Podemos comer al aire libre, en la terraza del ático, cuando estés lista.

La puerta se cerró detrás de él. Paula dejó el ordenador portátil y miró alrededor. La habitación era grande, colores vivos, el suelo de madera y los muebles eran una mezcla entre antiguos y modernos. El dormitorio estaba decorado en azul y blanco. Tenía un encanto por lo sencillo, mientras que el baño era un lujo total. Colgó el vestido, se arregló el maquillaje y dejó la suite. Si Pedro tenía intención de seducirla, daba igual. Ella pensaba controlarse.

1 comentario:

  1. Muy buenos capítulos! que poca fe le tengo a la resistencia de Paula... jajaja

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