lunes, 21 de noviembre de 2016

Seducción: Capítulo 4

—¿Entonces estás a favor del divorcio? —le dijo Paula en tono áspero.

—Las personas cometen errores —respondió él en tono razonable—. Aunque no es parte de mi plan. Si me caso, me casaré para toda la vida.

—Entonces espero que te guste estar soltero.

—¿Eres una persona cínica, Paula?

—Soy una persona realista.

—Dime por qué.

Ella esbozó una sonrisa pausada que, Pedro notó, no le llegó a los ojos.

—Es un asunto demasiado serio para tratar en una fiesta al aire libre. Quiero una de esas deliciosas tartaletas que he visto al pasar y una taza de Earl Gray.

Demasiado serio, pensaba Pedro con la mente en blanco. Eso era lo que le pasaba. Que se estaba hundiendo en aquellos exquisitos ojos de color turquesa. ¿Cuándo había deseado a una mujer como deseaba a aquélla?

—Te traeré lo que desees —le dijo él.

A Paula le dió un vuelco el corazón.

—El deseo tampoco es un tema de conversación muy adecuado. Quedémonos con lo que quiero. Y lo que quiero es una taza de té y un trozo de pastel.

De pronto sintió un extraño temor a que desapareciera de su vista.

—¿Entonces querrás encontrarte conmigo mañana por la mañana? —le preguntó con cierta urgencia.

No era, Paula estaba segura, un hombre acostumbrado a que lo rechazaran; en realidad, parecía totalmente capaz de acampar a la puerta de su hotel si ella le dijera que no iría. Tal vez fuera mejor encontrarse con él en un lugar público y utilizar sus tácticas habituales para deshacerse de un hombre que no se ajustaba a su criterio.

—¿Polos y una vuelta en el carrusel? —dijo ella arqueando las cejas—. ¿Cómo no iba a quedar contigo?

—¿A las diez?

 —Estupendo.

La tensión pareció desaparecer de sus hombros.

—Estaré esperando el momento. Lo cual era decir muy poco.

—Al día siguiente salgo para Europa.

—Y yo para Japón —dijo él.

Ella pestañeó.

—Tal vez duerma hasta el mediodía mañana.

—¿Para ir a lo seguro? —él le sonrió—. ¿O acaso doy la impresión de ser increíblemente arrogante?

—Sólo asumo riesgos calculados —dijo ella.

 —Eso es una contradicción.

 —¿Cuántas mujeres te han dicho que tu sonrisa es pura dinamita? —le dijo ella algo irritable.

—¿Cuántos hombres han querido calentarse las manos, o los corazones, en tu pelo?

—Los corazones no son lo mío —dijo Paula.

—Ni lo mío. Siempre es bueno descubrirlo.

Le dió la impresión de que a ella le pesaba haber quedado con él. Pedro se dijo que haría mejor en tranquilizarse un poco, porque de otro modo Paula Chaves echaría a correr por el camino del jardín y saldría de su vida como había entrado.

—Una taza de té y un trozo de tarta —dijo Pedro mientras la observaba con curiosidad.

Tenía las pestañas muy largas y las cejas largas, como dos suaves alas. Cuando ella le agarró del brazo, Pedro sintió un estremecimiento por todo el cuerpo.

—¿Dos trozos de pastel? —dijo ella.

—Una docena, si eso es lo que te apetece —le respondió él en tono tembloroso.

—Dos son demasiados; pero los dulces son mi debilidad.

—Las almejas y las patatas fritas la mía —comentó Pedro—. Y cuanto más grasientas, mejor.

 —Y las pibas macizas.

—Vamos a dejarlo claro —dijo él en tono rotundo—. En primer lugar, odio la palabra «piba». En segundo lugar, por supuesto que salgo. Pero no soy ningún playboy y detesto la promiscuidad tanto en los hombres como en las mujeres.

De modo que sus tácticas sin duda funcionarían, pensaba Paula con alivio.

—Este jardín es precioso, ¿Verdad?

Por primera vez desde que la había visto, Pedro miró a su alrededor. Copiosos macizos de rosales en flor rodeaban la marquesina donde una orquesta interpretaba una pieza de Vivaldi. La bóveda que formaban las copas de los robles californianos y de las palmeras proyectaba oscilantes sombras sobre la extensión de césped, que en ese momento pisaba mucha gente. La mujeres con sus vestidos de colores parecían flores, pensaba Pedro con disposición soñadora. Como los jardines de la mansión de Mariana estaban situados en lo alto de una de las colinas de la ciudad, la brisa despeinaba suavemente la melena rizada de Paula. Él fue y le retiró un mechón de cabello de la cara.

—Desde luego es encantador —dijo él.

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