domingo, 20 de noviembre de 2016

Hechizo De Amor: Capítulo 59

El oficial, que debía de tener unos diecinueve años, dió instrucciones a voces a uno de los policías. Cuando Pedro subió los escalones de la entrada, el oficial lo siguió.

—Arriba —dijo Pedro—. ¿Dió su nombre la mujer?

—No, señor.

Tenía que ser Paula. Tenía que ser ella. Pero, ¿Dónde estaba ella? Mientras  subía las escaleras de dos en dos, por su mente se cruzaron imágenes terribles. Paula violada;  inconsciente después de recibir un golpe. Muerta en medio de un charco de sangre. Cada una de sus células se rebeló contra aquello. No podía estar muerta. No podía ser… El no podía soportar esa idea… Había sido él quien la había dejado sola. El dormitorio de matrimonio estaba vacío. Los cajones abiertos como los había dejado él. No había dormido nadie en la cama.

—¿Pau? —gritó Pedro—. ¿Estás aquí arriba? Ahora no hay peligro. Puedes salir.

—Por allí, señor.

Entonces Pedro oyó el ruido también. Provenía de una de las habitaciones de invitados. Luego oyó la voz débil de Paula.

—¿Pedro? ¿Eres tú?

—Estoy con la policía. Abre la puerta.

Se oyó el ruido de madera rozando madera.

—Esto es muy pesado. No sé si podré… Ya… ya… —dijo Paula.

Entonces Pedro oyó el ruido del cerrojo que se abría, y luego la puerta. Paula estaba con su bata azul de seda encima del camisón. Tenía los ojos grandes, la cara pálida. Parecía a punto de desfallecer. Fue hacia ella y la tomó en brazos. La abrazó fuerte. Sintió alegría, gratitud, y un sentimiento nuevo para él que no pudo identificar, pero que era tan poderoso como las olas del mar.

—¡Gracias al cielo que estás a salvo! —dijo él con voz seductora.

Ella estaba temblando. Apareció otro oficial. Pedro la siguió abrazando como si tuviera al cielo en sus brazos.

—Vístete —le dijo al oído—. Nos iremos a un hotel.

—Odio esta casa.

—Jamás debí dejarte aquí. ¿Dónde está tu ropa?

—En la habitación… No tardaré.

La media hora siguiente fue un calvario para Pedro. Al parecer no había habido más que los dos ladrones que habían apresado, a los que no conocían. Paula tuvo que contestar algunas preguntas a la policía. Pero lo hizo desde los brazos de Pedro, porque él no la dejó de abrazar.

Pedro y Paula fueron trasladados en una patrulla de la policía hasta un lujoso hotel, perteneciente a una de las cadenas de Pedro. Los alojaron en una suite del último piso. Finalmente la puerta se cerró, y él se quedó a solas con su esposa. Paula llevaba una pechera  y un suéter verde. Parecía agotada bajo la suave luz de la lámpara más cercana. Como siempre, su belleza le llegó de forma primitiva y profunda. Estaba a salvo. Pero ya que estaban solos, Pedro no sabía qué decirle ni qué hacer.

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