miércoles, 9 de noviembre de 2016

Hechizo De Amor: Capítulo 23

La terraza del ático tenía plantas en tiestos de cerámica y contaba con la sombra de cedros y abedules. Era un oasis de intimidad en el corazón de la ciudad. Había salmón ahumado, ensalada de pasta y panecillos frescos en un mantel de lino.

Pedro se había quitado la chaqueta y la corbata. Paula empezó a comer con ganas, con el murmullo del tráfico en la distancia. Le contó algunas experiencias que había tenido en Chile y se sintió fascinada por la inteligencia que demostraban sus preguntas y la rapidez con la que sacaba conclusiones. Luego, se hizo la hora de vestirse. Se duchó rápidamente y se dejó el pelo suelto. Se puso un vestido de manga larga rosa, muy sencillo, ajustado en sus pechos y luego suelto en capas hasta el suelo. Llevaba un collar de cuarzo, y un chal color marfil. Parecía la protagonista de una novela de Jane Austen, pensó, en lugar de la dama de honor sexy de la boda de su madre. Ese vestido no la metería en líos. Pero lo que ella no veía era el modo en que el vestido se le ajustaba al cuerpo cuando se movía, ni el brillo de excitación que mostraba cuando abandonó la suite.

Pedro la estaba esperando, formidablemente atractivo, vestido con un esmoquin.

—¿Estás lista? —preguntó.

Debió de sentirse contenta de que no le hubiera dicho ningún cumplido, pensó Paula mientras iban a Camegie Hall, con los ruidos del tráfico acompañándolos todo el tiempo. La calle estaba llena de peatones. Pero no la complació que no le dijera que estaba guapa. No le gustaba que la tratasen como a una tía lejana. O como a tía Blanca.

Pedro tenía los mejores asientos. Paula se sentó y hundió su cara en el programa. Luego las luces se fueron apagando lentamente. Incapaz de contenerse, ella sonrió a Pedro con expresión de niña felíz, y prestó atención al escenario. El concierto terminó dos horas más tarde. Sin embargo Paula no podría haber dicho cuánto había durado, puesto que estaba transportada. Cuando terminó, se puso de pie y aplaudió, sin darse cuenta apenas de que Pedro le estaba dando el brazo, ni que estaban yendo lentamente hacia la salida. Ella siempre necesitaba estar callada después de un espectáculo que la hubiera emocionado tanto, y agradeció que él se lo respetase.

En el restaurante, que estaba en la esquina, el maître conocía a Pedro. La mesa estaba en un reservado.

—Pedro, gracias. Fue… Bueno, no encuentro palabras. Gracias, simplemente.

—Lo dices en serio, ¿Verdad?

—Por supuesto. ¿Crees que puedo decir otra cosa de esa música gloriosa?

—Me sigues sorprendiendo, Paula… Nunca sé cómo vas a reaccionar.

—¿Por qué no intentas tomarme como soy? —dijo ella impulsivamente—. Lo que ves es lo que soy.

—¿Crees que es una coincidencia que salga con una actríz? Lo que ves es lo que hay…

—Pero me has traído a mí al concierto…

—Sí… —hizo una pausa, luego dijo—: Pidamos.

—Pedro, ¿Te hizo daño alguna mujer cuando eras joven?

Paula no había querido preguntar aquello. Pero esperó ansiosa la respuesta.

—Te recomiendo el pato a la naranja —dijo él.

Ella no quería pelear con él, y estaba casi segura de que sabía la respuesta. Cuando el camarero reapareció, ella pidió su comida, y cambió de tema. Descubrió que él era alguien que conocía muchas cosas y que tenía una conversación muy amena. Bebieron una botella de vino de Burdeos con el pato, después del cual Paula tomó una tarta de chocolate y crema. Alzó la mirada y se encontró con Pedro mirándola.

—Deberíamos marcharnos… Mañana tengo que salir temprano —dijo ella—. A no ser que quieras café.

—No. Mejor nos marchamos —dijo él. Firmó la factura y se levantó.

Humberto los estaba esperando en la calle. Fueron en silencio todo el trayecto. Pedro casi no la había tocado aquella noche. Así que no tendría que acudir al escritorio macizo para que no entrase en la habitación.

Pedro abrió la puerta de su departamento y esperó a que ella lo precediera. Cuando él cerró con llave, ella se volvió a él y dijo:

—Ha sido una cena estupenda, Pedro. Yo…

Él tiró de ella y le acarició la cara como si fuera un ciego que quisiera asegurarse de que ella era real. Luego la besó suavemente.

Paula sintió una mezcla de alivio y placer y se dió cuenta de que aquello era lo que había estado anhelando toda la noche. Dejó de pensar y lo besó también. Le acarició la dura mandíbula, las orejas, y su pelo grueso. Pedro dejó su boca para besarle el cuello. Ella sintió que se derretía, que sus pezones se endurecían a medida que se iba entregando a él.

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