lunes, 21 de noviembre de 2016

Seducción: Capítulo 5

Ella lo miró con expresión ceñuda mientras le soltaba el brazo.

—¿Sueles ver a Mariana a menudo? —le preguntó ella.

—No demasiado. Yo viajo mucho con mi trabajo, y mi base está en la Cosa Este... ¿Cómo la conociste tú?

—A través de una amiga mutua —dijo Paula con vaguedad; nadie aparte de Mariana sabía por qué ella estaba allí—. ¡Oh, mira!, palos de nata en miniatura.... ¿Crees que puedo tomarme uno sin mancharme la barbilla?

—¿Otro riesgo calculado? —dijo él.

—Un riesgo que voy a correr —respondió Paula.

¿Sería posible que hubiera visto en su vida algo más sexy que a Paula Chaves, en pleno día y rodeada de gente, lamiéndose una mota de crema de los labios con la punta de la lengua? Aunque sexy era una palabra demasiado mundana para compararla al inevitable y primitivo deseo de poseerla que sentía en su interior; o a la sensación continua de estar precipitándose descontroladamente hacia un destino desconocido. Tenía todos los nervios en tensión, todos los sentidos a flor de piel. ¿Pero no estaba muerto de miedo en realidad? ¿Miedo? ¿Él? ¿Pedro Alfonso? ¿De una mujer?

—¿No vas a tomar nada, Pedro?

—¿Cómo? Ah, sí, lo siento, por supuesto que sí —tomó un dulce de la fuente de plata y dió un bocado; era un dulce de dátiles, de los que no solían gustarle demasiado—. El verano en que mi madre aprendió a hacer palos de chocolate, mi padre y yo engordamos tres kilos.

—¿Dónde te criaste?

—En Manhattan. Mis padres siguen viviendo allí. Pero ahora mi madre está en fase de dieta sana; sólo come ensaladas y hamburguesas de soja.

—¿Y a tu padre qué le parece eso?

—Él se las come porque la adora. Entonces al menos una vez por semana la invita a cenar al Soho o a Greenwich Village y la agasaja con vino y postres decadentes —a Pedro se le suavizó la expresión—. Al día siguiente vuelta al tofu y a la achicoria.

—Suena de lo más idílico. Su tono de voz habría cortado un papel.

—No pareces nada divertida.

—No soy muy creyente de la felicidad marital, sea con tofu o con chocolate —dijo ella con frialdad—. Ah, allí está Mariana... Si me excusas, quiero hablar con ella antes de marcharme. Te veré mañana.

Paula dejó tan apresuradamente la taza a medias sobre la mesa vestida con un mantel de lino, que se vertió un poco de té en el platillo. Se abrió paso entre la gente en dirección a la anfitriona, con su cabello resplandeciendo como un faro entre el mar de sombreros.

Pedro observó su progreso. Irritable no era la palabra adecuada para Paula Chaves. Aunque ella decía que nunca había estado casada, algún hombre sin duda le había jugado una mala pasada. Y recientemente, a juzgar por la vehemencia de sus comentarios y sin duda nada superficialmente. Pensó que le gustaría matar al muy canalla. Tal vez Mariana le daría los detalles durante la cena de esa noche. Tal vez después de un par de copas de su vino favorito, Pinot Noir. Quería saber todo lo que hubiera que saber sobre Paula Chaves.

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