domingo, 27 de noviembre de 2016

Seducción: Capítulo 20

—Monsieur no desea pedir otra botella —dijo Paula—. Madame ha bebido más que suficiente.

Él no estuvo seguro de si tenía ganas de reírse de ella o de darle con la botella casi vacía en la cabeza.

—Después de que practiquemos el sexo en Copenhague, porque no estamos hablando de hacer el amor aquí, cada uno se va por su lado... ¿Es así como tú lo ves?

—Cuando practicas el sexo —dijo para eludir la pregunta—, pierdes interés. ¿No?
Desgraciadamente, ella se había acercado mucho a la verdad.

—¿Quién es el dueño de las viñas, Pau? ¿Y qué te hizo?

Ella dejó la copa con tanta rapidez sobre la mesa que se le vertió un poco de vino en el dorso de la mano. El vino, rojo como la sangre, pensaba Pedro al tiempo que se percataba de su leve temblor.

—Podrías averiguarlo fácilmente —dijo ella—. Y los dos lo sabemos.

—Podría. Pero no voy a hacerlo. Tú tienes derecho a tu privacidad. Además, preferiría que me lo contaras tú.

—Como si eso fuera a ocurrir...

—La amargura no te sienta bien.

—No todo el mundo ha llevado una existencia tan encantadora como la tuya, Pedro.

Él pensó en la habitación oscura y silenciosa, fría y húmeda.

—Supongo que he sido más afortunado que muchos —le dijo sin revelar sus pensamientos.
Ella levantó la cabeza.

—He tocado tu talón de Aquiles, ¿Verdad? —dijo ella—. Lo siento, Pedro.

 Él tomó la servilleta y le limpió el vino de la mano, entonces le cubrió los dedos con toda su mano. Las palabras que le salieron a continuación, fueron totalmente inesperadas.

—¿Por qué me da la impresión de que eres la mujer más solitaria que he conocido en mi vida?

—Basta —le dijo Paula, apretando el puño de un modo que conmovió a Pedro—. O me pondré a llorar como una niña.

—Tengo dos hombros y están disponibles cada vez que quieras llorar en ellos —le dijo él y sintió que nunca en su vida había dicho algo parecido a ese sencillo ofrecimiento; jamás había deseado que ninguna mujer le llorara en el hombro, ni en ninguna otra parte de su anatomía.

—Lo dices como si fuera tan fácil.

—Pau, ojalá me contaras lo que pasa.

—No puedo. No puedo nunca —retiró la mano y se limpió las lágrimas que se estremecían sobre sus pestañas.

Al menos no estaba negando que algo iba mal. ¿Pero qué le habría hecho el dueño de las viñas? ¿Y por qué le preocupaba a él, si apenas conocía a esa mujer?

—El Tívoli, dentro de tres semanas. ¿Dónde y cuándo?

—El primer sábado de diciembre a las cinco de la tarde. Sólo hay un santo patrón de la temporada. Encuéntralo a él y me encontrarás a mí.

—Lo haré —dijo Pedro.

—Tal vez necesites conocer a otra persona mientras tanto —dijo Paula.

—Tal vez el casino se vaya a la quiebra.

—Tienes razón —resopló ella—. Contigo no me aburro. Quiero un trozo de tarta de chocolate.

—¿Después de las anchoas? Te provocará pesadillas.

—Yo no sueño —dijo Paula en tono ligero—. ¿Tú sí? ¿Cuál es tu peor pesadilla?

No pensaba hablarle del cuarto subterráneo. ¿Cómo podía entonces poner reparos a su silencio con el asunto del viticultor?

—Que mi madre pierda la receta de las tartaletas de salmón ahumado con salsa de ruibarbo —dijo él de pronto.

La conversación pasó de la cocina a las posadas rurales y de ahí a los ganadores del Festival de Cine de Cannes. Pedro pidió un taxi que la llevara al hotel Fontvieille. Cuando cruzaban el patio para esperar el taxi,  se fijó por primera vez en que había dos enormes jaulas de pájaros pegadas a la pared del extremo, cada una cubierta con un lienzo de lino.

—Seguramente son pájaros cantores —dijo él—. Siempre me ha parecido una práctica de lo más bárbara encerrarlos dentro de sus jaulas.

Ella estaba totalmente de acuerdo.

—¿Por qué no los liberamos? —dijo Paula.

—Una idea estupenda —dijo Pedro con una sonrisa.

Pero cuando llegaron a las jaulas y retiraron los lienzos, vieron que en cada una de ellas había un loro, uno azul y otro verde. Los dos estaban dormidos, con las cabezas enterradas en su cuello.

—No podemos soltarlos, Pau. Estamos en el mes de noviembre. Se morirían de frío.

—Sí —susurró Paula—. Morirían de frío —repitió mientras dejaba caer el paño sobre la jaula.

Se sentía inmensamente triste.

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