lunes, 14 de noviembre de 2016

Hechizo De Amor: Capítulo 43

—Como tú digas —dijo Paula sin sarcasmo. Al parecer la mente de Pedro estaba en otra parte, no en ella.

—Tengo que resolver esto. No me llevará mucho tiempo.

—Te llevará el tiempo que exijan tus prioridades —ella no había querido decir eso.

—¿A qué quieres llegar, Pau? —dijo él, frunciendo el ceño.

—¿No es mejor que hagas la llamada? No quiero que nuestra primera pelea matrimonial sea por Alfonso Incorporated.

—Alfonso Incorporated paga todo lo que te rodea… ¿Te olvidas de ello?

—¡No puedes comprarme, Pedro!

—¿Quieres que discutamos, no? Estaré muy gustoso, después de que haga las llamadas. Son importantes.

«Y yo no», pensó ella.

—Bien —contestó Paula, se quitó los zapatos—. Descalza, embarazada y en la cocina, ahí es donde me quieres. ¡Qué tradicional!

—Quizás sea hora de que aclare algo —dijo Pedro. Una de mis reglas inquebrantables es no permitir que una mujer se interponga en mis negocios. Nadie, nadie lo hace. ¿Comprendes?

—Sería difícil hacerlo, ¿No crees? —contestó ella.

Luego salió dé la habitación. Pedro no fue tras ella. El frigorífico tenía comida para un regimiento, y ella no tenía hambre. Se había preguntado antes de dormirse en el avión si Pedro se echaría encima de ella en cuanto estuvieran solos. Al parecer, no. El baño tenía un jacuzzi y montones de toallas, el dormitorio era más grande que la sala de estar de su casa, y la cama enorme. Paula abrió el comedor, que daba a un patio al que seguía un jardín. Oyó que Pedro hablaba con alguien. No quería estar con ella, era evidente. Sintió tristeza. Salió afuera. El cielo estaba estrellado y el aire perfumado con la fragancia de las flores y el olor a sal del mar, cuyas olas oía romper en la costa.

Había una piscina que brillaba a la luz de la luna. Una cascada de buganvillas blancas caía en la pared del fondo del jardín. Y entonces  vió la verja. Debía de ser una puerta que daba al mar. Podía escapar, aunque solo fuera por un rato. Se acercó a la puerta. Pero estaba cerrada. Movió sus cerrojos, una y otra vez, golpeó el hombro contra la puerta y entonces se dió cuenta de que había una cerradura en la parte alta de la puerta. La puerta estaba cerrada, pero no había llave. Golpeó los puños contra la madera, llena de frustración, y dejó caer unas lágrimas. Se echó al suelo; se apoyó contra la madera de la puerta, y lloró desconsoladamente.

Pedro dijo adiós y colgó el teléfono. Como se imaginaba, Diego había hecho un lío con el traspaso de las mercancías. Metió los papeles en su maletín de piel, tiró su chaqueta en una silla y decidió que necesitaba una copa.

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