domingo, 27 de marzo de 2016

La Impostora: Capítulo 66

En ese momento a Pau no le importaba a quién culparía más tarde, porque eso era lo que ella quería. El contacto de sus labios en los suyos hizo que el mundo empezara a dar vueltas y, cuando sintió el roce de su lengua, se abrió para él con un gemido.

No podía pensar, sólo sentir. Pedro la abrazó, apretándola tan fuertemente contra su pecho que ella gimió de placer y de dolor. Era maravilloso. Temblaba mientras la lengua de Pedro buscaba impaciente la suya y, con las manos alrededor de su cuello y los dedos enredando su pelo, casi perdió el sentido.

Como ella había supuesto, un beso no fue suficiente. Después de uno vino otro y otro. Cada uno era más ardiente que el anterior y los dejaba temblando, sintiendo el latido de sus corazones mientras el poder de su pasión amenazaba con desatarse.

Entonces, como de lejos, oyó que Pedro estaba maldiciendo y los besos terminaron. Desorientada, lo miró y vio cómo la pasión era reemplazada por el desprecio. Aunque lo había esperado, la destrozó.

—Tenías razón, no debía haberlo hecho —dijo Pedro tristemente.

— ¿Aunque te diga que yo no lo siento en absoluto? —confesó ella con una vaga sonrisa.

—Esto no funciona, Pau.

El corazón de Pau latía con fuerza.

— ¿Qué quieres decir?

Pedro dió un paso atrás, distanciándose de ella.

—No puedes hacerme olvidar usando tu cuerpo, aunque sea un cuerpo en el que yo quiera perderme.

— ¡No estaba intentando hacer eso!

— ¿No?

Por supuesto que lo hacía. Era su única arma. Pau levantó la barbilla.

— ¿Me culpas por intentarlo? —preguntó.

Pedro negó con la cabeza.

—Probablemente yo haría lo mismo.

Decir eso era fácil para él, pensó Pau.

—Pero tú nunca te hubieras puesto en esta situación ¿Es eso lo que quieres decir?

Él no tuvo que decir nada, su expresión era suficiente.

De repente sus ojos se llenaron de lágrimas.

—No puedo ganar, ¿verdad?

Iba a perderlo. La certeza era como plomo en su corazón.

Los ojos miel se clavaron en su rostro.

—No debes llorar —advirtió él preocupado.

—Tú puedes hacerme la mujer más feliz de la tierra con sólo dos palabras.

Se le escapó una lágrima que se secó con la palma de la mano.

—Tienes que calmarte.

— ¡Te quiero, maldito seas! Pero eso no es suficiente, ¿verdad?

—No. Sólo empeora las cosas —dijo dándose la vuelta para irse—. Vete a la cama, Pau —aconsejó él saliendo de la casa sin volver la mirada.

Pau se quedó mirando la puerta cerrada. ¿Para qué estaba perdiendo el tiempo? Nada de lo que dijera o hiciera iba a cambiar nada. Lo había perdido. Podría seguir casada cincuenta años más, pero no lo recuperaría. Su apuesta no había valido para nada. Había creído que merecía la pena el riesgo, pero había descubierto demasiado tarde que no era así. Nunca se lo perdonaría a sí misma.

2 comentarios:

  1. No puede ser tan cruel este Pedro!!

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  2. Muy buenos capítulos! Ya era hora que Paula diga basta! encima embarazada que la trate así! grrrrrr

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