miércoles, 16 de marzo de 2016

La Impostora: Capítulo 36

Sin moverse, observando su imagen en el espejo, era como si estuviera hablando.

No vas a decírselo, ¿verdad?, la acusó su imagen y ella leyó la respuesta en sus propios ojos.

No, no se lo iba a decir. No podía. Toda su vida se había sentido sola y había deseado algo que no podía describir. Pero sabía que lo había encontrado en el amor que sentía por  Pedro Alfonso. La sola idea de perderlo la enfermaba.

Podría enfrentarse a cualquier cosa excepto a eso. No había sitio para la lógica.

No podía arriesgarse a perderlo y eso era lo que podría ocurrir si le contara la verdad.

La alternativa también era un riesgo, pero si no le decía nada sobre su gemela, nunca se enteraría de que ésta existía. Micaela estaba a miles de kilómetros de distancia y Pedro no tenía por qué saber que a quien en realidad estaba prometido era a Micaela.

Como dicen, ojos que no ven, corazón que no siente.

Era un juego peligroso. La clase de situación en la que jamás se había visto envuelta antes. Quizá no fuera honrado, pero no podía arriesgarse a perderlo. Sabía que podía acabar teniendo más problemas de los que podía manejar, pero valía la pena arriesgarse. Amar a Pedro merecía cualquier riesgo, excepto el de perderlo.

Sonó el timbre y Pau se asustó. Tragó saliva nerviosamente y se alisó la falda con cuidado exagerado. Había tomado una decisión y no había forma de volverse atrás.

Con una última mirada al espejo, tomó su bolso y un chal de seda y fue a abrir la puerta.

Pedro estaba al otro lado, increíblemente atractivo con un esmoquin y una camisa blanca de seda. Sin decir nada admiró su vestido y sonrió, con un brillo muy especial en los ojos.

—Veo que hemos pensado lo mismo —murmuró seductor enviando un escalofrío por la espalda de Pau.

— ¿Qué hemos pensado? —preguntó ella sin aliento.

Quería que esa noche fuera especial, por eso había elegido ese vestido en particular.

—Que cenemos en mi suite. A menos que tengas alguna objeción.

Sabía que no la tenía, pero quería oírselo decir a ella.

—Ninguna que yo sepa.

—El taxi está esperando —dijo ofreciendo su brazo.

Los dos sabían que la idea a la que se refería Pedro era hacer el amor esa noche.

Lo que cenaron aquella noche, a la luz de las velas y escuchando una música suave al lado de la ventana, Pau no pudo recordarlo nunca. Ni siquiera recordaba lo que Pedro  había dicho. Pero lo que nunca olvidaría era su cara. Podía haber explotado una bomba a su lado y ella no hubiera podido apartar los ojos de su cara.

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