domingo, 13 de marzo de 2016

La Impostora: Capítulo 23

Su nombre no era más que un suspiro, pero a Pau le pareció que lo oía en cada fibra de su ser. No habría podido moverse aunque hubiera querido. La razón se desvaneció bajo el peso del deseo. Su único pensamiento era que tenía que saber, que necesitaba saber cómo eran esos labios, cómo sabían. Su vida entera parecía depender de ello y, prendida en una red tan fina como una tela de araña pero tan fuerte como el acero, lenta pero firmemente empezó a acercar su cara a la de Pedro.

El roce de sus labios con los suyos fue como una llama y tuvo que contener el aliento. Miró a Pedro para comprobar que ambos habían sentido la misma sensación increíble. Sin sonido, sus labios formaron su nombre y, empujada por una fuerza más fuerte que su voluntad, apretó su boca contra la de él.

Pedro levantó la mano para presionar su cabeza y sostenerla allí y el beso fue como un incendio. Nada en el mundo le importaba salvo que ese beso no terminara.

Cayó sobre el borde de la cama, olvidándose de todo excepto de que la boca apretada contra la suya le daba un placer que no había conocido nunca. Su corazón latía con violencia. Se sintió enfebrecida, caliente y fría a la vez.

Sólo se apartó, respirando con dificultad, cuando oyó a Pedro gemir de dolor.

— ¿Qué ocurre?

¿Era su voz la que sonaba entrecortada y embriagada de pasión?

— ¡Se me había olvidado que estaba encadenado a esta maldita cama y he intentado moverme! —Pedro dijo entre dientes.

Pau se mordió los labios. ¿En qué demonios estaba pensando para hacer algo tan poco sensato? Ese hombre tenía las costillas rotas y ella se había echado sobre él.

—Perdóname, por favor. ¿Te he hecho daño?

Se habría levantado, pero la mano de Pedro en su muñeca se lo impedía.

— ¿Tú qué crees? —contestó Pedro levantando la voz.

Pau  se irguió inmediatamente, indignada. Lo tenía claro si pensaba que iba a cargar con toda la culpa.

— ¡No me grites, Pedro Alfonso! Nos estábamos besando los dos, no sólo yo. Fuiste tú quien me pidió que te besara.

— ¿No me digas? —dijo mirándola con un brillo muy especial en los ojos.

Sintiendo esa mirada hasta en los dedos de los pies, Pau intentó resistirse, aunque sentía una atracción magnética hacia él.

— ¿Qué quieres decir?

—Quiero decir que me has dado algo más de lo que esperaba.

A Pau se le hizo un nudo en la garganta.

— ¿Ah sí?

Sabiendo que la había puesto nerviosa, su boca dibujó una leve sonrisa.

—Sí…

Pau apartó la mirada para recuperar el control, y después, lo miró a través de las pestañas.

— ¿Cuánto más?

—Como un cien por cien más —dijo sonriendo. Los ojos de Pau se abrieron con sorpresa. —Ese beso ha sido algo especial. Nunca me habías besado así —siguió él.

Esa afirmación hizo que su corazón se desbocara de nuevo, pero por una razón completamente diferente.

— ¿Nunca? —preguntó buscando la confirmación de una posibilidad que parecía increíble.

Pedro la tomó de la otra mano y entrelazó sus dedos en los suyos.

—Nunca. No sé por qué, pero desde el accidente hay algo especial entre nosotros. No puedo entender por qué y, francamente, no me voy a romper la cabeza. Algo me ha pasado, nos ha pasado a los dos y es mejor. No es que no disfrutara besándote antes, pero tendrás que admitir que esto es mejor.

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