miércoles, 9 de marzo de 2016

La Impostora: Capítulo 11

Pau estaba en la habitación de Pedro mirando por la ventana los movimientos de la gente, desde esa distancia del tamaño de hormigas. Hacía horas que había llamado por teléfono a su oficina para decir que se tomaría todo el día libre. Pedro se había movido varias veces, pero aún no se había despertado.

Media hora antes, Pau había podido convencer a sus padres de que dejaran por un rato su vigilia y se fueran a descansar y a comer algo. No le serían de ninguna ayuda a su hijo con los nervios rotos por la tensión.

— ¿Pau?

El sonido de su voz era apenas un susurro, pero Pau lo oyó y cerró los ojos.

Había estado esperando ese momento con un doloroso presentimiento. Su reacción anterior había dejado sus nervios de punta. Tanto que tenía miedo de acercarse a la cama y al hombre que estaba en ella. Pero había prometido ayudar así que, tomando aire, se dió la vuelta y se dirigió hacia la cama.

—Estoy aquí —dijo intentando parecer calmada mientras su corazón latía aceleradamente.

Él la estaba mirando con esos asombrosos ojos miel. ¡Por amor de Dios! Cómo la afectaban esos ojos. Hacían que le diera un vuelco el corazón y que se le doblaran las rodillas. Podría ser tan fácil ahogarse en ellos... Era un pensamiento que le helaba la sangre en las venas y hacía que sintiera una sofocante ola de calor en la cara.

Eso no podía estar pasando, se dijo a sí misma. «Soy una mujer que se enorgullece de su sensatez. ¿Cómo puedo haberme convertido de repente en esta criatura tan emocional?» No encontraba ninguna respuesta que pudiera aceptar.

Cuando se paró delante de la cama, Pedro levantó la mano y ella la sostuvo en la suya. Algo como una descarga eléctrica le subió por el brazo, haciendo que contuviera el aliento. Sus ojos se convirtieron en dos turbulentas piscinas en los que Pedro miró con la misma sorpresa. Saber que él estaba sintiendo lo mismo que ella no la desagradó en absoluto, más bien al contrario.

Pedro  parpadeó confundido.

—Es asombroso lo que... el roce... con la muerte puede hacerle a uno... —murmuró, respirando con dificultad por el dolor en sus magulladas costillas.

Pau estaba aún más sorprendida.

Él respiró profundamente, haciendo una mueca de dolor.

—Tocándome me has hecho saber que... aún no estoy muerto.

Cuando ella siguió la dirección de sus ojos bajando por la cama se dió cuenta de lo que quería decir y se ruborizó. Pau quiso escapar del dominio de su influencia hipnótica, pero él no soltaba su mano y, temiendo hacerle daño, se vio forzada a no moverse.

—Quizá debería decirle a la enfermera que le ponga algo a tu té —dijo ella.

Él empezó una risa que acabó en un gemido.

— ¿Pedro? —preguntó ella alarmada.

Pedro hizo un gesto negativo con la cabeza.

—Estoy bien.

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