miércoles, 9 de marzo de 2016

La Impostora: Capítulo 14

Tenía los nervios deshechos y un nudo en la garganta. Sabía lo que estaba pasando. No era tan ingenua. Había sido atrapada en las garras de una poderosa atracción y sabía por qué. La noche anterior no había querido pensarlo, pero después de esa tarde no podía seguir engañándose a sí misma. Se había enamorado de Pedro Alfonso. Era la única explicación posible.

Había oído hablar de amores a primera vista, pero nunca había creído demasiado en ellos. Ahora tenía que creer porque le estaba pasando a ella. Sólo tenía que mirarlo a los ojos y estaba perdida.

¡Perdida en los ojos de un hombre que creía que ella era otra persona!

Ese pensamiento hizo que se le helara la sangre en las venas. Era como una pesadilla. ¿Cómo había podido ser tan tonta de enamorarse del prometido de su hermana? No había podido evitarlo, aunque lo había intuido. Ahora estaba segura y no podía permitir que siguiera adelante. No sería tan difícil. Lo único que tenía que hacer era recordarse a sí misma que no era de ella de quien él estaba enamorado. Él actuaba de esa forma porque creía que ella era su hermana. Eso debería ser suficiente para enfriar cualquier pasión por su parte.

Tenía que mantener la cabeza fría, mantenerse distante y en un par de días le contaría la verdad sobre Micaela. La revelación daría por terminada esa desafortunada atracción.

Luchando contra un sentimiento de desánimo, tomó una revista que na Alfonso había dejado en la habitación y pasó las páginas sin interés, forzándose a sí misma a concentrarse en las palabras más que en el hombre que estaba en la cama.

Cuando volvieron los Alfonso varias horas después, Pau les comentó brevemente lo que había pasado.

— ¿Y desde entonces no se ha movido? Entonces debe de estar tranquilo —dijo su madre aliviada.

Pau sonrió. Le gustaban los Alfonso y sentía tener que decirles la verdad. Sólo esperaba que entendieran sus razones. Horacio Alfonso sonrió, y su sonrisa aumentó el parecido con Pedro.

—Un par de días más mirando esa cara tan preciosa y se olvidará de que ha tenido un accidente —bromeó él y Pau descubrió de quién había heredado Pedro su encanto.

—Desafortunadamente, la belleza puede ser a veces más un hándicap que una ventaja —dijo ella.

El padre de Pedro asintió.

—Ana me ha dicho que eres abogada. Supongo que habrás tenido que enfrentarte a problemas sexistas muchas veces. A muchos hombres la belleza y la inteligencia juntas les parece algo aterrador —comentó seriamente.

—Pero usted no es de esos —dijo completamente segura.

Horacio Alfonso admitió esa verdad con una inclinación de cabeza.

—No, yo no. Tengo demasiado respeto por la brillantez de la mente femenina. Y lo mismo, debo añadir, piensa mi hijo.

Una afirmación que ella no tenía por qué cuestionar.

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