domingo, 6 de marzo de 2016

Necesito Tu Amor: Capítulo 72

—Piensa en tus piernas... es demasiado pronto —podía hacerse daño.

—¿Te preocupas por mí? —dijo, y su ira pareció calmarse.

—Sí.

—¿No estás intentando apartarme de tí de nuevo?

Ella suspiró, abrazándole el cuello.

—No puedo.
                                         
Él asintió, sin rastro ya de enfado. Divertido y orgulloso, se giró y le dijo al niño:

—No es mi novia, es mi mujer.

Mientras su madre enrojecía, el niño le respondió despreocupado:

—Ya.

Pedro guiñó un ojo y se dirigió a la salida. Aún no la había dejado en el suelo.

—Pedro...

—Te he dicho que no te iba a bajar. Si sólo cuando te tengo entre mis brazos puedo mantenerte conmigo, ¡prepárate para pasar los cincuenta años siguientes en mi compañía! —las palabras que debían sonar como una broma parecían más una amenaza muy real.

No dijo nada mientras la llevaba hasta una limusina que les esperaba fuera. El chófer abrió la puerta y Pedro la bajó para que subiera al coche. Una vez dentro, la atrajo hasta su regazo.

—¿Y el coche? -no podían dejarlo allí.

—Dile a Alessandro dónde lo dejaste y él lo recogerá.

Así que le dijo al guardaespaldas dónde estaba y le dio las llaves, sin que el posesivo Pedro la soltase ni un instante. Ella lo miró a los ojos y vio en sus profundidades miel emociones que le aterraba nombrar.

—¿Por qué no echaste a Giuliana?

La mano que tenía colocada sobre su muslo se movió buscando provocarla con su caricia.

—Lo hice.

—Pero...

—Vino a nuestra casa y se atrevió a molestarte, cara. Pude verlo en tus preciosos ojos y en la rigidez de tu cuerpo.

—Pero... —seguía sin entenderlo— ¿por qué dejaste que se quedase?

—Tenía que hacerle saber que no toleraría que se inmiscuyese en mi vida ni en la de mi familia, que, si volvía a hacerte daño, tendría que responder ante mí. Ya me conoce. Nos dejará tranquilos.

—¿La echaste?

—Sí. Apenas había tenido tiempo de decirle lo que quería cuando el personal de seguridad vino a decirme que mi mujer acababa de huir.

—No huí —dijo ella, sintiéndose culpable.

—Sí lo hiciste.

No se molestó en recordarle que lo que quería era estar sola y pensar.

—¿Adónde vamos?

—A casa, cara. Tal vez a la cama...

Estuvo a punto de caer en la tentación de su voz, pero deseaba algo más que saciar su deseo físico.

—No me refiero a eso.

Él suspiró.

—No puedo obligarte a quedarte si quieres marcharte —su fuerte abrazo no corroboraba sus palabras.

—¿Y si no quiero marcharme?

—Seré el hombre más feliz del mundo.

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