domingo, 27 de marzo de 2016

La Impostora: Capítulo 61

El silencio la sorprendió mientras cruzaba el pasillo. Toda la casa estaba silenciosa. No había nadie en el salón. Sintiéndose la última persona en el mundo, se dirigió a la cocina para preparase una taza de té.

El office estaba situado detrás de la casa, mirando al jardín y al lago. La mesa estaba puesta y había signos de que había sido usada, pero la habitación estaba vacía.

Se dirigió a la encimera y encontró una tetera caliente. De repente, sintió una familiar presencia.

Pau se dió la vuelta lentamente. Pedro estaba en el umbral del office, con vaqueros y una camisa de cuadros. Apartando la mirada, tomó aire para darse la vuelta y sostener la tetera.

— ¿Té? —preguntó, aclarándose la garganta e intentando actuar con normalidad.

Pero no fue fácil cuando sintió que se acercaba y sus manos empezaron a temblar tanto que apenas podía echar el líquido en la taza. Una mano grande tomó la tetera y la mantuvo quieta.

—Si no tienes cuidado te vas a quemar —dijo Pedro.

El roce de sus manos hizo que sus piernas se doblaran, como siempre, y cerró los ojos cuando él sostuvo la tetera para dejarla sobre la mesa. Deseaba que las cosas fueran como antes, que él se diera la vuelta y la tomara entre sus brazos. Sintió que casi podía sentir el roce de sus labios y...

Oyeron pasos en el pasillo acercándose y Pau abrió los ojos. Fede acababa de entrar.

—Té, estupendo. ¿Me pones una taza, Pedro ? —pidió alegremente sentándose a la mesa y mirando de uno a otro—. Buenos días, Pau. Pareces cansada. Los dos parecen cansados. ¿Qué han estado haciendo?

—No sé lo que habrá hecho Pedro, pero mi aspecto se debe a las nauseas —confesó y oyó a Pedro maldecir en voz baja.

—Siéntate, Pau —ordenó Pedro estudiando su perfil—— ¿Quieres comer algo?

Su preocupación era como un bálsamo y sonrió.

—Las tostadas normalmente ayudan —dijo sentándose en la silla que Fede había colocado para ella.

—Le diré a María que las prepare —dijo Pedro bruscamente antes de  desaparecer para buscar a la criada.

—Es un miserable, ¿verdad? —se quejó Fede—. Cualquiera diría que él no ha tenido nada que ver con el embarazo —añadió, levantándose para tomar una taza y volver a sentarse a su lado.

Al menos podía agradecer que Pedro no hubiera tenido dudas sobre la paternidad del niño. Si las hubiera tenido no habría sabido qué hacer.

—Está enfadado consigo mismo por olvidarse de mis mareos —dijo ella.

Pau sabía que ésa era la razón para el comportamiento de Pedro en ese momento. Podía estar enfadado con ella, pero no le haría daño ignorando las dificultades de su estado. Era una contradicción que ignoraba si él conocía. Pero ella sí y eso fortalecía sus esperanzas.

A su lado, Fede inclinó la cabeza para estudiarla.

No hay comentarios:

Publicar un comentario