miércoles, 23 de marzo de 2016

La Impostora: Capítulo 57

El beso duró una fracción de segundo pero el dolor duraría interminablemente. Cuidando de esconder su desesperación, Pau cerró los ojos cuando él la soltó.

— ¡Maldita sea, Pedro! ¿Por qué has tardado tanto? —preguntó Fede detrás de ella.

Pedro apartó suave pero firmemente a Pau para saludar a su hermano.

— ¿Qué creías, que me iba a perder tu gran noche? —bromeó golpeando a su hermano en la espalda.

Pau observó el gesto, celosa del genuino afecto entre los dos hermanos.

—Me hubiera gustado llegar antes, pero la entrevista se alargó más de lo que esperaba y, además, me encontré con un accidente en la autopista. Parece que me estaba perdiendo una fiesta estupenda —Pedro estaba diciendo.

Sintiéndose atrapada por la necesidad de mantener la ilusión de un matrimonio perfecto, Pau sabía que sólo había una forma de reaccionar sin perder su orgullo.

Pedro podría intentar negar lo que habían compartido, pero ella no se lo iba a poner fácil.

Sabiendo que él no podría rechazarla sin despertar la preocupación en su familia, Pau lo tomó del brazo.

—Y yo que pensaba que estabas intentando evitarme —bromeó sintiéndose como el payaso que se ríe entre las lágrimas.

Pedro sonrió aunque sus ojos dijeron que sabía lo que estaba haciendo y estaba furioso.

— ¿Y por qué iba a hacer eso si sabes lo que siento por tí, querida?

Aunque sabía que no era contrincante para él, se negó a abandonar. Levantó la barbilla unos centímetros.

—Así que me sigues queriendo —lo provocó y vio cómo la ira brillaba en sus ojos antes de que pudiera controlarla.

— ¿Por qué no me preguntas eso cuando estemos solos para que pueda contestarte como debo? —contestó seductor y todo el mundo rió, incluyendo Pau, la única que sabía que aquello era cualquier cosa menos una frase amorosa.

— ¿Evitando el tema, señor letrado?

—En absoluto. Sabes que te quiero tanto como tú a mí.

—Me gusta saber que morirías por mí, pero relájate. Aún no te lo voy a pedir.

Antes de que Pedro pudiera responder, su padre le puso una mano en el hombro.

—Me parece que nos estamos poniendo muy románticos —observó bromista Horacio Alfonso—. Y siendo así creo que lo mejor será que me lleve a mi mujer al jardín para besuquearla. El resto que haga lo que quiera.

—Besuquearse suena muy bien, papá. Iremos contigo —dijo Fede a sus padres mientras se alejaban—. Luego nos vemos, Pedro, Pau.

En cuanto estuvieron solos cualquier pretensión de armonía se desvaneció. Pedro apartó su brazo y se dirigió al camarero, pidiendo un whisky que se tomó de un trago.

— ¿Armándote de valor, querido?

—Librándome de un desagradable sabor de boca.

— ¿Lo del accidente era verdad? —preguntó dolida.

Pedro la miró sarcástico.

— ¿Por qué no llamas a la policía? Probablemente aceptarás su palabra mejor que la mía.

—Puede ser, porque en los últimos días apenas me has dicho media docena.

Los ojos miel se clavaron en su cara.

—Creí que estaba actuando con admirable control —dijo, bebiendo el segundo vaso de un trago.

— ¿Por no haberte acostado conmigo? —preguntó Pau caustica.

—Por no haberte estrangulado. Ahora, si me perdonas, voy a hablar con mi primo Ariel —dijo y se alejó de ella.

Pau lo siguió con la mirada con frustración, casi con desesperación. Había cerrado su mente y su corazón y no había forma de cambiarlo. Se sintió aún más sola.

Echaba de menos su proximidad, pero no sólo la física, si no la de mente y espíritu. Si no la volviera a tener nunca, si tenía que conformarse con aquello para siempre, no sabía si podría soportarlo.

Antes de que pudiera decidir qué haría, uno de los primos de Pedro  le pidió que bailara con él. Darío era alto, rubio y guapo y estaba profundamente enamorado de una mujer que parecía no saber que existía. También era un ligón encantador y justo lo que su dolorido espíritu necesitaba.

—Espero que a Pedro no le importe prestarme a su mujer —bromeó Darío mientras bailaban. Pau sonrió.

—Claro que no. Pedro confía en tí —replicó ella.

Lo que no dijo fue que en la única persona en la que no confiaba era en su mujer.

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