miércoles, 30 de marzo de 2016

La Impostora: Capítulo 72

Pau tenía un nudo en la garganta. Al fin se estaban comunicando y ella rezó para no decir algo equivocado.

—Esto es como una pesadilla de la que no nos podemos despertar.

—Dímelo a mí.

Cuando ella lo miró, compartieron un segundo de simpatía mutua. Con un suspiro, Pedro se pasó una mano por el cuello atrayendo la atención de ella hacia la bronceada piel que asomaba por los botones desabrochados de su camisa.

Se hizo un silencio marcado sólo por el sonido del agua y de los pájaros y los dos se dieron cuenta de la electricidad que había en el ambiente. Pedro respiró profundamente y relajó los hombros. Pedro era tan atractivo, pensó Pau con un nudo en el estómago.

—Venga, vámonos —Pedro decidió un segundo después ofreciendo su mano.

Ella la tomó intentando no demostrar la emoción que sentía al tocarlo. Decidida a no dar el primer paso de nuevo, Pau intentó darse la vuelta pero, para su sorpresa, Pedro la atrajo hacia él de un tirón. Ella perdió pie y se encontró entre sus brazos.

Con el corazón acelerado, Pau se sujetó a la camisa de Pedro y apoyó su mejilla en su pecho. Se quedó quieta mientras sentía los rápidos latidos de su corazón, tan rápidos como los suyos propios y, con cada respiración, podía oler su aroma. Era tan masculino que cada átomo de su ser respondía ante él. La quemaba el tacto de las manos de Pedro en su espalda y se le doblaron las rodillas.

Sabía que debía apartarse, pero no tenía fuerzas. Apenas podía pensar. Era como un dolor que crecía más y más y pensó que se moriría si Pedro no la besaba. Levantó los ojos y vió los latidos del pulso en su cuello. Sin poder evitarlo, con un gemido, puso sus labios sobre aquel pulso y sintió que Pedro contenía primero el aliento y después notó cómo su respiración se aceleraba con cada roce de su lengua.

Estaba tan cerca del cuerpo de él que podía sentir la excitación masculina. Una ola de triunfo la recorrió al revelar el hecho de que Pedro la deseaba. La deseaba tanto que no iba a luchar y ella sabía cómo volverle loco. Eso hizo que perdiera las pocas fuerzas que le quedaban.

Pedro la sujetó. Jadeando, enredó sus dedos en el pelo de ella y empujó su cabeza hacia atrás hasta que estuvo frente a frente con el rostro ardiente de Pau.

En ese momento ella supo que no iba a luchar más. Su mano subió hasta sus labios y los acarició.

— ¡Dios, Pau, te deseo tanto! —dijo poniendo sus labios sobre los de ella.

Ella devolvió el beso y rogó al cielo para que esa vez no dejara de besarla. Para que esa vez la amara y se diera cuenta de que era así como debía ser.

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