domingo, 20 de marzo de 2016

La Impostora: Capítulo 47

Pau cerró los ojos y se dijo a sí misma que no debía derrumbarse. Pasara lo que pasara, no sucumbiría al horror que le estaba helando la sangre. Abriendo los ojos, se forzó a sí misma a dirigirse hacia su hermana quien, por una vez en su vida, parecía insegura. Como Pau, se sentía parte de una escena en la que no tenía ningún control. Era Pedro quien movía las cuerdas.

—Yo soy Paula, ella es mi hermana gemela, Micaela. Pero le gusta que la llamen Paula —informó a los dos hombres mientras la besaba en la mejilla.

— ¡Por amor de Dios! ¿Cómo las diferencias? —preguntó Gerardo Torres, fascinado.

Pedro  se encontró con la mirada de Pau y sonrió glacial.

—Por el pelo. ¿Verdad, cariño? —preguntó buscando una confirmación que no necesitaba.

Su mirada decía que sabía eso y mucho más.

De nuevo Gerardo Torres, aparentemente ajeno a la tensión que había a su alrededor, dijo:

—Sí, es verdad. ¿Qué te parece? Si no fuera por el pelo, nadie podría notar la diferencia.  Vamos, que si una de ellas dijera que era la otra, ¿quién se lo podría discutir? —preguntó sin darse cuenta de que esa frase era como clavar una daga en el corazón de Pau.

—Desde luego —murmuró Pedro.

—Voy... voy a echarle un vistazo a la cena —Pau se excusó y salió precipitadamente de la habitación sin preocuparse de lo que pudieran pensar.

Empujó las puertas batientes de la cocina y se paró delante de la mesa, sujetándose fuertemente al borde. ¡Por Dios bendito, él lo sabía! Un enorme dolor la atravesó pensando en el frío intento de venganza que había detrás de la idea de traer a Micaela sin avisarla. Se había enterado de todo y quería castigarla.

—Bueno, ¿qué demonios está pasando aquí? —preguntó casi a gritos Micaela desde la puerta de la cocina, haciendo que Pau diera un brinco.

—Parece dolorosamente obvio —respondió Pau notando que su hermana había recuperado su habitual seguridad y no le gustaba nada la situación.

Con las manos en las caderas, Micaela la miró acusadora.

— ¿Qué significa esta charada?

Pau  respiró profundamente e, inconscientemente, se protegió el vientre con los brazos.

—Pedro ha querido decirme que se había enterado de que yo no soy tú.

— ¡Pues claro que no eres yo! Lo sabe perfectamente —exclamó Micaela—. ¿O no lo sabe? —preguntó mirando fijamente a Pau, que evitó la mirada —¡Dios mío! No se lo has dicho, ¿verdad? ¡Te has hecho pasar por mí! Claro, por eso estaba tan raro esta tarde. Yo esperaba que estuviera furioso conmigo; después de todo, lo abandoné. Pero en lugar de eso, estaba asombrado. No tenía ni idea de que éramos dos personas diferentes. ¡Pensaba que yo era tú, porque tú le habías dicho que eras yo! —dijo riendo—. Dios mío y yo que pensaba que estaba siendo generoso por invitarnos a cenar. Creí que lo que quería decir era que me perdonaba. ¡Cuando estaba lívido porque seguía creyendo que se había casado conmigo!

Pau  se apartó de la mesa con un gesto de dolor.

—Si lo único que puedes hacer es recrearte, lo mejor será que vuelvas al salón —dijo Pau tomando los guantes del horno para sacar las bandejas.

Micaela  negó con la cabeza.

— ¿Quién lo hubiera podido pensar de la mosquita muerta? Tendrás suerte si sales de esta con un buen acuerdo económico...

Pau  tiró al suelo el plato que llevaba en la mano y se giró hacia su hermana.

— ¡A mí no me interesa su dinero! ¡Me pones enferma!

Apoyándose en la encimera, Micaela observó cómo Pau se mordía los labios para disimular el temblor.

—Bueno, bueno, bueno, veo que estás enamorada de él —dijo con falsa simpatía—. Deberías habérselo contado. Pau. Sabes que nunca te lo podrá perdonar, ¿verdad?

Era lo único de lo que tenía miedo y Pau se tapó los oídos con las manos.

— ¡Cállate, por favor, cállate! —gritó.

— ¿Pasa algo? —la voz de Pedro preguntó desde la puerta.

Ambas se dieron la vuelta. Pau bajó las manos.

—No, no pasa nada —negó temblorosa.

Deseaba que se fueran para poder hablar con Pedro. Pero no se irían. Pedro se encargaría de ello. No iba a ponérselo tan fácil. Tendría que representar la farsa y lo haría con la mayor educación posible.

—La cena está lista. Yo llevaré los platos mientras les dices a nuestros invitados dónde deben sentarse.

Las horas siguientes fueron las peores de su vida. Pedro se comportó de forma educada, atendiendo a sus invitados como si no pasara nada. Y para los invitados no pasaba nada, ni siquiera para Micaela. Pedro estaba reservando su furia para su mujer y Pau sabía que en el momento que se fueran empezaría el infierno. Intentó seguir la conversación, pero no pudo comer y, por el niño, no se atrevió a beber más que un pequeño sorbo de vino.

Micaela  se pavoneaba, segura de que a ella no le iba a pasar nada. No hubiera estado tan contenta si hubiera notado el desprecio en los ojos de Pedro. Él la veía ahora tal como era, pero eso no hacía que Pau mejorara por comparación. Al contrario, como ella siempre había temido, estaba comparándola con su hermana. Una buscavidas como ninguna, porque una mujer joven no se casaba por otra razón con alguien como Gerardo Torres.

Fue un alivio cuando Torres dijo que debían tomar un vuelo por la mañana temprano. Pedro los acompañó hasta el coche, pero Pau no lo hizo. Les dijo adiós con la mano y volvió a entrar en la casa. Paseando por el salón, se quedó mirando la apagada chimenea.

—Solos al fin —Pedro dijo detrás de ella.

Pau reunió todo su coraje para volverse y mirarlo.

—Lo que has hecho ha sido despreciable —dijo, observando con odio el rictus cínico de su boca.

Los ojos miel se clavaron en ella con un brillo que no había visto nunca.

Acercándose, Pedro acarició sus mejillas con los nudillos en una parodia del gesto cariñoso que hacía tan a menudo.

—Mi querida embustera. ¿De verdad creías que no iba a enterarme nunca? —preguntó fríamente y el corazón de Pau se partió.

—Pedro, por favor...

No sabía cómo empezar, cómo explicarle lo que había pasado.


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