domingo, 13 de marzo de 2016

La Impostora: Capítulo 22

Sólo había visto a Micaela una vez, cuando había ido a la oficina a ver a Pau y no le había caído nada bien. Tras una breve vacilación, Pau explicó lo que había pasado y lo que había hecho. Decir que Zaira estaba asombrada era decir bien poco.

— ¡Perdona que te diga esto, pero tu hermana es una zorra! —exclamó levantándose.

—Estás perdonada.

— ¿Cuándo se lo vas a decir?

—Pronto. Pedro se está recuperando.

Zaira se mordió los labios.

— ¿Tú crees que...?

Pau se pasó la mano por el pelo y miró a Zaira sombríamente. Sabía exactamente lo que su amiga estaba pensando.

—No.

—Pero Micaela y tú son tan diferentes. Yo creo que... —se calló cuando Pau dejó la taza y se levantó.

—No puedes hacer que alguien te quiera cuando a quien quiere es a otra persona, Zaira. Nadie me ha pedido que me enamore de él. Se me pasará.

—No lo sé. Nunca te había visto así. Me da mucha pena que lo estés pasando mal.

Pau miró su reloj.

—Será mejor que me vaya.

Se dirigieron juntas hacia la puerta y Zaira abrazó a Pau.

—Ya sabes dónde estoy si necesitas hablar con alguien —dijo y miró tristemente a su amiga.


Pau se dirigía a casa cuando pasó por delante del hospital. Había decidido ignorarlo, pero cuanto más se alejaba, más fuerte era el deseo de volver. Sabía que no era sensato, pero había algo más fuerte que su sensatez.

Luchó contra sí misma durante unos minutos, pero la decisión ya había sido tomada. Con una rápida mirada al retrovisor, Pau dió un giro y se dirigió hacia el hospital.

El hospital parecía extrañamente tranquilo mientras Pau se dirigía hacia la habitación. Se paró en el umbral mirando la habitación a oscuras, excepto por un círculo de luz de la lámpara que había sobre la cama de Pedro. Era tarde y sus padres debían de haber vuelto al hotel hacía horas.

Se acercó a la cama y se permitió el lujo de mirarlo. Se había convertido en alguien tan importante para ella en un período de tiempo tan corto que daba miedo. Suspirando, extendió la mano para apartar un mechón de pelo de su frente y, antes de que pudiera apartarla, Pedro abrió los ojos y la miró.

—Sabía que vendrías —dijo suavemente.

Incapaz de apartar la mirada de esos ojos magnéticos tan cerca de los suyos, Pau contuvo el aliento.

— ¿Lo sabías? —susurró ella.

Estaban tan cerca, que podía sentir el calor que desprendía y su aroma de hombre la hizo sentir un poco mareada. Nunca en toda su vida había sentido algo tan intenso, tan poderoso como lo que sentía cuando estaba con él.

—Sí. Desde el accidente hay como una carga de electricidad entre nosotros, Pau. Yo lo he sentido y sé que tú también.

Desde luego que lo había sentido. Lo estaba sintiendo en ese mismo instante, pero sabía que no debía dejarse arrastrar.

—Pedro... —protestó ella, aunque incluso a ella misma le sonara falso.

— ¿No me vas a besar? Sabes que lo estás deseando y yo me estoy volviendo loco sólo de pensarlo.

Sus palabras eran una tentación y ella se quedó temblando cuando miró la boca a unos centímetros de la suya. Pedro quería que lo besara y ella lo deseaba tanto que era una agonía negárselo.

Pero Pau sabía que besar a ese hombre sería un error. Un grave error. Por el momento lo único que había hecho era preguntarse cómo sería si lo hiciera. Si aceptaba su invitación, lo sabría y, dado que tendrían que separarse pronto, podría convertirse en un recuerdo insoportable. Si había un momento en el que tenía que ser sensata, aquél era ese momento. Usando lo que quedaba de su sentido común, Pau comenzó a formular una negativa, pero las palabras murieron en sus labios cuando sus miradas se cruzaron de nuevo.

—Pau.

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