domingo, 6 de marzo de 2016

La Impostora: Capítulo 5

—Claro. Le diré a la doctora Morales que venga.

Pau  le dio las gracias y durante los quince minutos siguientes anduvo arriba y abajo por la habitación. No había estado tan nerviosa desde que esperaba la resolución del Jurado en su primer caso. Cuando por fin apareció una mujer con bata blanca, Pau respiró profundamente para tranquilizarse.

—Le alegrará saber que la situación del señor Alfonso es estable. Las heridas que traía eran muy graves, como sabe, pero la buena noticia es que no tiene dañada la espina dorsal, que era lo que nos temíamos al principio.

—Entonces ¿podrá volver a caminar?

—Desde luego.

Pau se sentía casi mareada de alivio.

—Gracias a Dios.

—Y al cirujano —añadió la doctora Morales con una sonrisa burlona—. Lo que no sabemos es cuánto tiempo tendrá que quedarse en el hospital. El señor Alfonso parece un hombre muy fuerte y eso será de gran ayuda. Además lo ayudará mucho saber que está usted a su lado.

El comentario sorprendió a Pau. Se dió cuenta entonces de que la doctora creía que ella era la prometida de Pedro Alfonso. Estuvo a punto de sacarla de su error, pero en el último momento no dijo nada. Explicárselo a Pedro  ya sería suficientemente horrible como para tener que contarle los trapos sucios de su familia a todo el mundo.

Además, era preferible que fuera ella quien se lo contara y no que lo supiera por boca de otros. Lo mejor sería no decir nada por el momento.

—Mientras me necesite no me iré de aquí —prometió ella.

Si eso servía para que él se recuperara rápidamente, se quedaría. Además, alguien tenía que quedarse. Lo que ese hombre había hecho por Mica era muy generoso y su hermana debería haberse dado cuenta.

La doctora Morales miró la quieta figura del hombre.

—No se despertará del todo hasta dentro de unas horas. ¿Por qué no se va a casa y descansa un poco?

Pau negó con la cabeza. Estaba cansada, pero no tenía intención de marcharse por el momento.

—Sus padres ya han tomado el avión. Yo los esperaré —insistió la doctora, pero sabía que no valdría de nada insistir.

Sola de nuevo, Pau acercó una de las sillas a la cama y se sentó. Una de las bronceadas manos de Pedro, de dedos largos y fuertes, estaba sobre la sábana. Inconscientemente, la tocó. Su piel era cálida y le pareció lo más natural del mundo apretarla en la suya. Quería reconfortarlo y lo que consiguió fue reconfortarse ella misma. Curiosamente empezó a sentirse más tranquila y suspiró, poniéndose cómoda.

El silencio los envolvía, excepto por el continuo sonido de los monitores. Un poco más tarde, el cansancio empezó a hacer mella. Había tenido un día duro en el bufete y una batalla en el Juzgado, seguida por el susto del accidente. Los nervios, que la habían mantenido de pie hasta entonces, empezaron a relajarse y se sintió exhausta.

Poco a poco, sus ojos se fueron cerrando.

— ¿Pau... Paula?

La voz dolorida despertó a Paula. Durante unos segundos se sintió desorientada y parpadeó un par de veces mirando alrededor. No tenía ni idea de qué hora era, sólo que estaba en el hospital y que Pedro Alfonso estaba despierto.

— ¿Paula? —la voz era ahora más urgente.

Así que su hermana había vuelto a hacerse llamar Paula. Nunca la había molestado que lo hiciera porque Micaela siempre había preferido su nombre y ahora que no vivían juntas debía usarlo todo el tiempo.

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