domingo, 27 de marzo de 2016

La Impostora: Capítulo 62

—El embarazo te sienta muy bien, a pesar de los mareos quiero decir. Estás guapísima.

Pau sonrió, tocándose el vientre aún plano.

—Es un poco pronto para saber eso.

— ¿Demasiado pronto para qué? —preguntó Pedro volviendo a entrar con unas tostadas que puso delante de Pau. Tomó una silla frente a ella y se sentó.

—Pau no cree que el embarazo le siente muy bien. Yo creo que tiene algo especial en la cara, como Lu, ya sabes.

Se refería a su hermana, que estaba a punto de dar a luz.

— ¿A tí qué te parece, Pedro? —Fede miró a su hermano.

Pau contuvo el aliento mientras esperaba la contestación de su marido. ¿Qué diría? ¿Sería sincero o mentiría? Pedro tardó algo en responder. Lentamente sus ojos fueron de su hermano a Pau.

—A mí me parece que está aún más guapa que antes —dijo roncamente.

— ¿Lo dices de verdad? —preguntó ella, oyendo los latidos de su corazón.

—Yo no te mentiría, Pau—contestó él.

Aquello borró su alegría. Pau palideció. ¿Cómo podía decir eso? Dar con una mano y quitar con la otra era algo demasiado cruel.  Pau se levantó precipitadamente.

—Perdonenme —musitó.

Tragándose las lágrimas, salió rápidamente de la habitación.

Pedro salió tras ella al pasillo y la tomó del brazo.

— ¡Espera! ¡Maldita sea, espera un momento! —dijo sujetándola—. Lo siento. No he querido decir eso.

Pau lo miró con lágrimas en los ojos.

— ¿Y qué has querido decir?

—Sólo he querido decir que estaba diciendo la verdad. No quería insultarte.

— ¡Querrás decir que esta vez no has querido!

— ¡Maldita sea, estoy intentando disculparme! —dijo Pedro con las mandíbulas apretadas.

— ¿Y con eso se arregla todo?

—No quería hacerte daño.

—Tampoco yo he querido hacerte daño nunca. Pero si tú no me crees, ¿por qué iba a creerte yo?

Pedro la miró durante varios segundos. Después, se dió la vuelta. Pau apartó la mirada, intentando no llorar. Cuando se controló anduvo por la casa y salió al patio. Ya habían limpiado los restos de la fiesta y se sentó en un sillón.

Dos minutos más tarde, alguien colocaba un plato con tostadas y una taza de té en la mesa, a su lado. Ella levantó la mirada automáticamente y se encontró con el rostro de Pedro.

—Cómete el desayuno —ordenó él.

—No tengo hambre.

—Cómetelo, Pau. Por tu bien y por el del niño. No te pongas enferma para hacerme daño a mí.

Tenía razón y ella lo sabía. No quería ponerse enferma y desde luego no quería hacer daño al niño. Con esfuerzo, tomó un trozo de tostada y le dio un mordisco. Pedro se apoyó en la pared. La ignoraba, mirando hacia otra parte.

Parecía un perro guardián y, con sentido del humor, pensó que no se movería de allí hasta que no quedara nada en el plato. Con un pequeño suspiro, se relajó en el sillón.

—Esto está muy tranquilo. ¿Dónde está todo el mundo? —preguntó ella.

—Han llamado del hospital esta mañana.

— ¿Lu ha dado a luz?

—Ha sido un niño —confirmó Pedro, mirando el reloj—. Se fueron hace más de una hora, así que deben de estar a punto de llegar.

Pau sonrió.

—Tu madre se habrá puesto muy nerviosa —bromeó.

—Sí —sonrió él.

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