miércoles, 23 de marzo de 2016

La Impostora: Capítulo 58

El lago reflejaba la luna con una luz mágica. A Pau le parecía relajante, como el cenador, que había sido construido cerca de la orilla para poder disfrutar de la brisa en los calurosos días de verano. Había ido allí cuando se había terminado la fiesta porque sabía que no podría dormir si se fuera a la cama.

Rodeando el edificio, se acercó a la terraza y se apoyó en la barandilla  intentando respirar la paz que llevaban al ambiente las olas hipnotizadoras.

— ¿Estás esperando a Darío?

La inesperada pregunta la asustó y se dió la vuelta rápidamente. Cuando sus ojos se acostumbraron a la oscuridad del interior del cenador, distinguió a Pedro, reclinado en una de las sillas de mimbre. Se preguntó cuánto tiempo llevaba sentado allí.

— ¿Y bien? —preguntó él y ella recordó que le había hecho una pregunta.

Cuando recordó qué pregunta era frunció el ceño.

— ¿Y por qué iba a estar esperando a tu primo?

—Para seguir flirteando con él sin que te vea nadie.

¿Flirteando? ¿Cómo podía...? Lo único que había hecho era bailar con él. La reacción de Pedro era completamente desproporcionada. Si no lo conociera bien, creería que estaba celoso. De repente, su corazón se aceleró. Quizá no lo conocía tan bien. ¿Podría estar celoso? ¿Y si lo estuviera, podría ella usar eso para que volviera con ella? Lo único que sabía era que tenía que probar.

Se humedeció los labios, con el corazón latiendo a toda velocidad.

— ¿Y qué si lo estuviera? —preguntó fríamente.

Con un rápido movimiento, Pedro se levantó y se dirigió hacia ella. Pau vió que se había quitado la chaqueta y la corbata. Llevaba las mangas de la camisa dobladas hasta el codo, lo que le hacía parecer más relajado y al mismo tiempo incrementaba la sensación de poder que solía dar.

—Te recordaría que sigues casada conmigo —dijo secamente.

¡Estaba celoso! Con el corazón en la garganta, tuvo que hacer un esfuerzo para poder respirar.

Sabía que tenía que ir con cuidado porque él no se había dado cuenta de que lo que dejaba entrever con esas palabras.

—Ya sé que estoy casada contigo, Pedro.

— ¿Ah, sí? Pero no ha salido como esperabas, ¿verdad? Quizá has decidido flirtear con Darío para añadir un poco de sal al asunto —dijo él con una sonrisa cínica.

Pau contuvo el aliento. Ella no merecía eso. No había hecho nada que traicionara sus promesas.

—No estaba flirteando con Darío —negó vehementemente.

Celoso o no, él no tenía derecho a acusarla. La expresión de Pedro cambió.

No hay comentarios:

Publicar un comentario