domingo, 20 de marzo de 2016

La Impostora: Capítulo 45

Durante los días siguientes rieron e hicieron muchos planes. Pedro tenía tendencia a tratarla como si fuera una muñeca de porcelana hasta que ella se enfadó y dijo que le iba a tirar algo a la cabeza si no dejaba de hacerlo. Después, la vida volvió a la normalidad. Su despacho empezó a atraer cierta clientela y eso la mantuvo ocupada.

Cuando Marga fue informada sobre el embarazo, se encargó de que siempre hubiera una buena cena esperándolos.

El jueves siguiente, Pau llegó más tarde de lo normal y cuando entró en casa se encontró una nota de Marga recordándole que había ido al cumpleaños de su nieto y que la cena estaba en el horno. Agotada, Pau dejó el maletín en el armario del pasillo, colocó la chaqueta sobre una silla y fue a comprobar el horno. Había puesto la mesa y estaba echando una ojeada al correo cuando oyó el coche de Pedro. Dejando las cartas sobre la encimera, salió corriendo a recibirlo.

—Hola, ¿has tenido un buen día? —preguntó, pasando sus brazos por la cintura de él como de costumbre y sorprendiéndose al encontrarlo tenso.

Ella levantó la mirada y, cuando lo vió tan serio, su sonrisa desapareció. Algo debía de haber ocurrido en el despacho.

— ¿Qué pasa, cariño?

Una luz desconocida brilló en los ojos de Pedro antes de que sonriera.

— ¿Qué podría pasar, cielo?

La besó con extraña dureza y eso confirmó su sospecha de que ocurría algo.

Apartando los labios de ese extraño beso, Pau echó la cabeza hacia atrás tanto como pudo y lo miró. El brillo de sus ojos envió un escalofrío a su espina dorsal. No podía imaginar por qué la miraba tan fijamente.

— ¿Cómo voy a saberlo si no me lo cuentas? —preguntó ella.

—Uno nunca sabe. Mis amigos me dicen que tengo todo lo que un hombre puede desear. Una casa preciosa, una mujer maravillosa que me quiere... —hizo una pausa, clavando su mirada en ella—. ¿Porque tú me quieres, verdad, Pau?

Sin saber qué quería decir, lo miró atónita. ¿Qué demonios le había pasado?

Debía de ser algo suficientemente malo como para que él buscara una confirmación que ella le dio encantada.

—Pues claro que te quiero. Ya lo sabes.

Se quedó aún más confusa cuando él la soltó de repente. Estaba empezando a alarmarse.

— ¡Por Dios bendito, Pedro, cuéntame qué te ha pasado!

— ¿Qué ha pasado? He conocido a un posible cliente, eso es todo —la informó él con una risa extraña dirigiéndose hacia el salón.

En el bar se sirvió un whisky y se bebió la mitad de un sólo trago.

Pau lo siguió, consternada. No había nada raro en conocer a un nuevo cliente.

Después de todo, Pedro era el director de una importante firma de abogados. Pero, a menos que el cliente lo hubiera mordido, no podía imaginarse qué podía hacer que reaccionara así.

— ¿Y ese cliente tiene un nombre? —preguntó ella, pensando que quizá le dijera algo.

—Claro —confirmó Pedro—. Se llama Gerardo Torres.

— ¿Torres? —repitió ella, perpleja—. Me parece que no lo conozco.

—No, a menos que sepas algo de la industria del cine. Por lo visto tiene su propia productora. Su mujer y él estaban en Nueva Inglaterra cuando se les presentó un problema y vino a verme para pedirme consejo legal.

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