lunes, 28 de marzo de 2016

La Impostora: Capítulo 68

Pau se quitó los guantes diciendo:

—Si esperan un momento a que me cambie de zapatos iré con ustedes —dijo decidida.

Los tres pares de ojos se clavaron en ella.

—No, tú no. Tú te quedas aquí —dijo Pedro.

—No me digas lo que tengo que hacer. Quiero ayudar y voy a ir con ustedes.

Podía apartarla de su vida, pero no podría evitar que hiciera eso.

—Esto no es un paseo. Tenemos que buscar a un niño y no podremos estar pendientes de tí —dijo Pedro apretando las mandíbulas.

La sugerencia de que ella iba a ser un estorbo la indignó.

—Estoy embarazada, no incapacitada. No voy a necesitar su  ayuda para nada ni voy a ser un lastre.

—No, Pau. No pienso perder más tiempo discutiendo contigo. Quiero que te quedes y esa es mi última palabra —dijo fríamente.

Pau estaba furiosa. Se había equivocado. No era que fuera un lastre, es que él no la quería a su lado.

Mientras los tres se organizaban, subió corriendo las escaleras y, en su dormitorio, se cambió de zapatos y esperó hasta que oyó que salían de la casa antes de bajar las escaleras a toda prisa.

Salió por la puerta trasera y se dirigió al muelle del lago a través del jardín, a tiempo para ver cómo desaparecían en uno de los botes. Subió al otro bote con determinación. Nadie la vió hasta que encendió el motor para seguirlos y los tres se dieron la vuelta, sorprendidos.

Pedro la miraba con una expresión de furia que no iba a intimidarla. Además ya no podía obligarla a volver.

Cuando atracó el bote, los tres la estaban esperando en el muelle al lado de una cabaña abandonada. Podía sentir la furia de Pedro mientras lo veía atar el bote con movimientos rápidos, flexionando los músculos, algo que, a pesar de la situación, despertaba sin querer sus sentidos. Cuando se irguió, vió la ira en los ojos miel, que se clavaron en ella.

— ¿A qué demonios estás jugando? —preguntó, ayudándola con cuidado a salir del bote, a pesar de su enfado—. No tenemos tiempo para esto.

—Entonces no pierdas el tiempo discutiendo conmigo. He venido para ayudar y pienso quedarme. Sé razonable, Pedro. Entre los cuatro tenemos más posibilidades de encontrarlo.

—Tiene razón, Pedro —Isabel la apoyó.

Hubo un momento de silencio, en el que los ojos miel se clavaron en los marrones de Pau, antes de decir:

—Vendrás conmigo —dijo secamente.

— ¡Siempre tan amable! —dijo Fede sonriendo Pau.

Pero ella pudo ver que había confusión detrás de esa sonrisa. Quizá no fuera tan ciego como creía Isabel.

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