lunes, 28 de marzo de 2016

La Impostora: Capítulo 67

Pau oyó cómo Pedro reía alegremente ante un comentario de su hermano y ese sonido, antes tan familiar, la entristeció. Ese día, Pedro se había puesto vaqueros y una camisa caqui y estaba tremendamente atractivo. Su corazón dio un vuelco cuando lo vio y sintió el impacto masculino dentro de ella. Ningún hombre la había afectado nunca como lo hacía Pedro.

Ella suspiró, volviendo su atención hacia los platos sucios en el fregadero. Era la tarde libre de María e Isabel y ella estaban limpiando los platos del almuerzo.

—Dirás que me meta en mis asuntos —dijo Isabel mientras tomaba un plato para secarlo— pero, ¿quieres que hablemos?

Pau miró a la otra mujer, que la miraba a su vez con un aire de comprensión que la desarmó. Tuvo que apartar la mirada y aclararse la garganta para contestar:

—No sé a qué te refieres —mintió.

Inmediatamente sintió una mano amiga en su hombro.

—Sé que les está pasando algo. No es que sea muy obvio —aclaró rápidamente ante la expresión asustada de Pau—, pero lo digo por intuición, la intuición de una mujer enamorada, además. No eres felíz y me gustaría ayudarte, si puedo.

Pau no contestó inmediatamente. Siguió mirando por la ventana a los dos hombres que estaban jugando con la pelota en el jardín. Estaba cansada de negarlo.

—No puedes hacer nada.

—Pero...

—Créeme. Esto es algo que sólo Pedro y yo podemos arreglar. Por favor, no se lo digas a nadie —la interrumpió Pau.

—Claro que no —respondió Isabel rápidamente—. Además, Fede no se da cuenta de esas cosas. Yo estoy empezando a pensar que voy a tener que ponerme una corona de flores para que se fije en mí —añadió con una sonrisa.

—Sí, ahora sólo le presta atención a su hermano —dijo Pau devolviendo la sonrisa y mirando por la ventana, pensativa.

Sus pensamientos se vieron interrumpidos por el sonido repentino del teléfono.

—Ya voy yo —dijo Isabel dirigiéndose al teléfono. Escuchó durante unos segundos, con cara de preocupación y fue hacia la puerta. —Es para tí, Fede —llamó.

Los dos hombres se acercaron a la casa.

—Carlos Hamilton —dijo alargándole el teléfono.

Pau dejó de lavar los platos.  No tenía ni idea de quién era Carlos Hamilton pero, por la cara de preocupación de los tres, estaba claro que no era una llamada de cortesía.

—Se ha perdido un niño. Estaba de acampada con su familia y no se han dado cuenta de que se había perdido hasta hace un rato. Están reuniendo voluntarios para salir a buscarlo y Carlos quiere que miremos en el lago. Ya hay un grupo de gente en el otro lado, así que sugiero que crucemos y nos reunamos con ellos, Pedro.

—Voy a por los walkie—talkies —dijo Pedro dirigiéndose a la puerta—. Podemos cubrir más terreno si nos separamos.

Isabel se quitó el mandil.

—Iré con ustedes. Cuanta más gente vaya, más fácil será encontrarlo.

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