domingo, 13 de marzo de 2016

La Impostora: Capítulo 25

—Santiago es un amigo —dijo alegremente.

—Eso me ha dicho mi madre.

Esa vez se rió con ganas.

— ¡Tenías que verte la cara! Santiago es el hijo de mi mejor amiga y tiene diez, no, once años. El partido ha sido mi regalo. ¿Satisfecho? —bromeó ella.

— ¡Qué bruja eres! —dijo Pedro poniendo cara de enfadado e intentando agarrarla.

—Recuerda que estás enfermo —dijo ella levantando las manos en advertencia.

—Sí, pero no voy a estar siempre en esta cama. ¡Recuérdalo! —amenazó él.

Pau sintió un escalofrío de placer recorriendo su espina dorsal.

—Lo recordaré.

La mirada de Pedro prometía venganza.

—La próxima vez que quieras ir a un partido, te llevaré yo.

—Bueno—asintió ella bajito.

—Estoy haciendo el ridículo, ¿verdad?

Pau sonrió y se inclinó para besarlo suavemente en los labios, apartándose rápidamente para que él no pudiera reaccionar.

—Sí, pero me gusta. Ahora tengo que irme, es muy tarde. Te veré mañana —prometió ella.

—Te estaré esperando. Buenas noches, cariño. Conduce con cuidado.

—Lo haré —prometió Pau.

Salió antes de que pudiera encontrar una razón para quedarse. Al final del pasillo, se paró y se apoyó en la pared. Automáticamente se llevó la mano a los labios para comprobar su sensibilidad. Estaba temblando como una hoja, pero consiguió tranquilizarse y recordar todo lo que Pedro había dicho y que había estado a punto de perderse. Si no hubiera dado la vuelta, si no lo hubiera besado, ¡no lo habría sabido nunca!

Nunca hubiera sabido que lo que Pedro experimentaba cuando la besaba no lo había experimentado nunca cuando besaba a Micaela. No hubiera sabido que la atracción que sentían como una llama cada vez que estaban juntos no había ocurrido hasta después del accidente. Lo que significaba que lo que sentía lo sentía sólo por ella. Micaela nunca lo había hecho sentir así. Tenía algo que su gemela no tenía. Era por ella por quien se sentía apasionadamente atraído.

¿Qué debía hacer? Su plan había sido contarle la verdad en un par de días, pero ahora no estaba segura. Había un nuevo elemento en la historia, en el que no había pensado. Pedro la deseaba tanto como ella a él y ahora tenía que elegir. Podía decírselo y con toda probabilidad perderlo o no decir nada, perpetuar la mentira y quedarse con él.

En cuanto pensó aquello, se sintió mal ¿No era inmoral dejar que pensara que ella era otra persona? Con un gemido de desesperación, se vio forzada a admitir que lo sería. Tendría que decírselo. ¿Quién sabía? Quizá lo que sentía por ella fuera suficientemente fuerte como para olvidar quién era.

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