viernes, 18 de marzo de 2016

La Impostora: Capítulo 38

Pero Pedro no tenía prisa. Abandonó su mano y tomó su cara, inclinando la cabeza para dejar que sus labios probaran los suyos. Rozándolos, mordiéndolos, la llevó al borde de la desesperación antes de que su lengua finalmente rozara su boca. Sus labios se abrieron para él y un gemido salió de su garganta cuando su lengua se hundió dentro de su boca, reclamándola.

Una ola de fuego se encendía dentro de ella con cada roce de su lengua contra la suya y deslizó la mano desde la nuca de él hasta su pelo, acariciándolo y enredando sus dedos en él. Beso tras beso, sus lenguas se movían profundas, incitadoras, imitando el acto que ambos deseaban.

Cuando Pedro apartó los labios de los suyos con un gemido, Pau temblaba de deseo, con las rodillas tan débiles que sólo se mantenía de pie sujeta por la fuerza de su brazo. Jadeando, se miraron a los ojos y, con un gemido, Pedro la levantó en sus brazos. La razón volvió por un momento.

— ¡Pedro, no, recuerda que has estado enfermo! —exclamó Pau asustada.

Pero él la apretó aún más fuertemente y la miró con pasión salvaje.

—Tendrás que ser suave conmigo —dijo él entre dientes.

La llevó hasta el dormitorio, cerrando la puerta con el pie y la volvió a poner en el suelo al lado de la cama para quitarse la chaqueta de un tirón y tirarla a un lado. Su corbata desapareció, seguida rápidamente por los zapatos y los calcetines, pero sólo pudo desabrocharse un par de botones de la camisa antes de volver a abrazarla y capturar su boca en un beso que los dejó a ambos sin aliento. Con un gemido, encontró la cremallera de su vestido y la bajó acariciando su espalda y marcándola con el calor de sus dedos.

Deseando también tocar su piel, Paula empezó a desabrochar el resto de los botones de la camisa, pero Pedro tomó su mano y se sentó en el borde de la cama colocándola entre sus piernas.

De pie frente a él, Pau vió mareada cómo él tiraba del borde del vestido y se lo quitaba. Su corazón estaba a punto de estallar cuando sintió sus pechos expuestos a su mirada ardiente. Se mordió los labios intentado disimular un gemido cuando él enterró la cabeza en el perfumado valle entre las dos cumbres. Cuando sus brazos quedaron libres y el vestido era una masa negra a sus pies sujetó la cabeza de Pedro entre sus manos y sus dedos se enterraron en su pelo apretándolo fuerte contra ella.

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