miércoles, 30 de marzo de 2016

La Impostora: Capítulo 74

Nada. Nunca se rompería. Se había estado engañando a sí misma. Al fin abrió los ojos y vio las cosas como eran en realidad. Ella había matado su amor y el sexo era un pobre sustituto cuando claramente él odiaba el deseo que aún sentía por ella.

Se sintió enferma y se sentó en la hierba poniéndose la ropa con desesperación.

—Tenemos que volver —dijo, luchando con los botones de la blusa.

Pedro también se había sentado y la estaba mirando.

—Ven, deja que lo haga yo —dijo suavemente. Pero cuando sus manos rozaron la blusa, Pau se apartó.

— ¡No!

Él se quedó helado.

— ¿Por qué? ¿Qué pasa?

—Nada. No puedo soportar que me toques en este momento.

— ¿No quieres que te toque y dices que no pasa nada? ¡Pues yo creo que sí pasa algo! —exclamó él levantándose y poniéndose los vaqueros.

— ¿Por qué me has hecho el amor, Pedro?

Pedro iba a ponerse la camisa, pero se paró.

— ¿Tú por qué crees?

—Porque no lo has podido evitar.

Pau esperaba que él lo negara, pero no lo hizo.

Pedro se separó de ella unos pasos. Ella lo siguió con la mirada y vio la anchura de sus hombros cuando se metía las manos en los bolsillos del pantalón.

—No, no he podido. Nunca podré.

Pau apartó la mirada de la atlética figura de su marido, deseando poder odiarlo o ignorarlo. Pero eso era imposible, porque había algo en su interior que captaba cada movimiento que él hacía.

—Y ahora te arrepientes.

No era una pregunta y Pedro se dió la vuelta hacia ella.

—Me arrepiento de tantas cosas que no sé por dónde empezar. No podemos seguir así, Pau.

Pau no pudo evitar mirarlo ahora y sintió como si algo se hubiera roto dentro de ella al ver la expresión de tristeza en sus ojos. Los suyos se llenaron de lágrimas y todo lo que la rodeaba se convirtió en niebla. De algún lugar, sacó fuerzas para hablar.

—No te preocupes, no tendrás que hacerlo.

Se dio la vuelta y salió corriendo hacia el sendero.

— ¡Pau, no!

Pero ella no lo escuchó. No quería oír nada más. Sólo quería llegar a la casa para calmar su dolorido corazón y decidir qué iba a hacer con su vida.

Siguió corriendo, siguiendo el sendero pero sin reconocer ninguno de los árboles y arbustos distorsionados por sus lágrimas. Desde la distancia oyó a Pedro llamándola y el sonido de sus pasos tras ella. Siguió corriendo aún más rápido y tropezó con una raíz. Se quedó quieta en el suelo un momento, pero cuando oyó a Pedro acercándose se levantó como pudo y siguió adelante.

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