domingo, 20 de marzo de 2016

La Impostora: Capítulo 46

—Ya veo —dijo ella sin ver nada en absoluto. Su respuesta divirtió a Pedro.

— ¿No me digas? —inquirió él sarcástico. Antes de que Pau  pudiera protestar por la descortesía, él siguió hablando. —Por cierto, será mejor que pongas dos platos más. Vamos a tener invitados.

— ¿Invitados? —preguntó sorprendida.

—Gerardo Torres y su mujer. Pensé que quizá te parecieran interesantes, así que los invité a cenar. Ah, esos deben de ser ellos —dijo cuando oyó el sonido de un coche cerca de la casa.

Aunque quería forzarlo a contarle lo que pasaba, ya no había tiempo para ello y rápidamente fue al comedor a colocar dos platos más sobre la mesa antes de ir a la cocina. Esperaba que a esa gente le gustara la carne porque era lo único que había.

Maldijo a Pedro por no haberle avisado antes y, cuando, estaba comprobando si había suficiente carne y verduras para cuatro, oyó sonido de voces en el pasillo. No podía hacer nada más y, asegurándose de que todo se conservaba caliente, se dirigió al salón para reunirse con Pedro y con sus inesperados invitados.

—Ah, aquí estás cariño —dijo Pedro  amablemente cuando entró ella.

La tomó del brazo y la acercó al hombre.

—Quiero presentarte a Gerardo Torres.

Pau se encontró estrechando la mano de un hombre bajito de unos sesenta años, que se quedó mirándola fijamente como si estuviera viendo un fantasma.

—Y a su mujer —siguió Pedro  haciéndola girar hacia el sofá—,Paula.

Esa fue la presentación. Pau esperaba encontrarse con una mujer de la misma edad que el señor Torres, pero la mujer que estaba sentada tranquilamente en el sofá, vestida con un ajustado traje rojo era la última persona a la que hubiera esperado o deseado ver. Se quedó pálida. El mundo, que hasta esa mañana era perfecto, acababa de derrumbarse por completo.

Micaela estaba tan atónita como ella.

— ¿Pau? —preguntó, irguiéndose en el sofá y lanzando una mirada acusadora sobre Pedro—. ¡No me habías dicho que te habías casado con mi hermana!

En medio de ese drama, la aguda y asombrada voz de Gerardo Torres sólo pudo articular.

— ¡Gemelas! ¡Por Dios bendito, son gemelas!

—Y aparentemente las dos se llaman Paula—dijo Pedro intentando parecer divertido.

Pero Pau sabía que no lo estaba. Giró la cara hacia él. Estaba furioso. Frío, salvajemente furioso.

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