domingo, 27 de marzo de 2016

La Impostora: Capítulo 63

Los dos se miraron divertidos.

—Pobre Horacio —dijo ella riendo. Pedro sonrió también.

—Mi padre estaba igual. Espero que no tengan un accidente.

—Quizá deberíamos invitarlos cuando yo esté a punto de dar a luz —sugirió Pau.

Sus miradas se cruzaron compartiendo un sentimiento común.

Un pájaro cantó en un árbol cercano y la magia se rompió. Pedro se dio cuenta de que había bajado la guardia y se estiró.

—Ya pensaremos en eso cuando llegue el momento —dijo abruptamente.

Para Pau fue como si el sol se hubiera puesto. Era tan maravilloso hablar con Pedro como si nada hubiera cambiado, que estaba a punto de gritar de frustración. En lugar de eso, bebió lo que quedaba de té e intentó tranquilizarse.

—Tienes razón. También tenías razón sobre el desayuno. Tenía hambre.

Pedro se acercó para recoger los platos.

—Lo que no puedes hacer es ponerte enferma.

—No, doctor —devolvió ella bromeando.

—Lo digo en serio, Pau—insistió él.

Entonces ella supo por qué lo decía. No confiaba en ella en absoluto.

—No te preocupes. No tengo intención de hacerle daño al niño —dijo fríamente.

— ¿Qué quieres decir con eso?

— ¡Quiero decir que sé que no confías en mí, pero que nunca le haría daño a nuestro hijo!

—Lo creas o no yo no quería decir eso. Lo he dicho sólo pensando en tí —dijo él apretando los dientes.

—Si no te he entendido bien, lo siento —se disculpó ella secamente.

—Olvídalo.

Cuando estaba a punto de marcharse, se volvió hacia ella y preguntó:

—Fede y yo nos vamos a pescar. ¿Te importa quedarte sola?

Ella lo miró, intentando descifrar su expresión. ¿Se quedaría si ella se lo pidiera? Decidió que era mejor no intentarlo.

—No, no me importa. Ve y pásalo bien.

Después de unos segundos, Pedro asintió con la cabeza.

—Si necesitas algo, puedes pedírselo a María. Volveremos a la hora de la cena. Cuídate.

Se pasó toda la mañana sentada a la sombra, leyendo o dormitando. La sentaba bien no pensar y dejó que el calor borrara todas sus preocupaciones. María, obviamente por recomendación de Pedro, se encargó de prepararle el almuerzo y de llevarle bebidas frías durante toda la tarde.

Cuando volvió a la casa para bañarse y vestirse para la cena, se sentía más relajada de lo que se había sentido en mucho tiempo. La sensación persistió hasta que Fede llamó suavemente a la puerta.

Pau sonrió ante su aspecto de pescador.

—Parece que han tenido un buen día.

—Sí, hemos pescado mucho. De vuelta a casa entramos un momento en el bar y Pedro se encontró con Sergio Harker, un amigo de la infancia. Bueno, el caso es que como Pedro sabía que yo tenía que venir a ducharme antes de salir con Isabel, me ha pedido que te diga que se queda a cenar con él. Ha dicho que tú lo comprenderías.

Pau lo entendía muy bien. Pedro seguía evitándola. Con sus padres y sus hermanos fuera, esa noche hubieran estado solos en la casa. Habrían tenido que pasar horas juntos y quién sabía qué podría haber ocurrido. Él no quería arriesgarse y había salido corriendo.

—Sí, claro. Gracias por decírmelo, Fede. Dale un beso a Isabel de mi parte —dijo con calma.

No hay comentarios:

Publicar un comentario