domingo, 27 de marzo de 2016

La Impostora: Capítulo 64

Fede salió silbando para ducharse e ir a buscar a su prometida.

Pau  cerró la puerta del dormitorio y se apoyó en ella, con una mano en el corazón. Sabía que estaba en lo cierto y eso la tranquilizaba. Después de días de peleas y silencios, un segundo lleno de esperanza y el siguiente de desesperación, era un alivio saber que no todo estaba perdido. Podría evitarla esa noche, pero no podría evitarla siempre.

Esa noche no le importó cenar sola porque se sentía llena de confianza. Después se sentó  frente al televisor para ver una película y, cuando terminó, como Pedro no había regresado, se fue a la cama.

No podía dormir y cuanto más lo intentaba más difícil era conciliar el sueño. Dió muchas vueltas pero sabía que sólo una cosa la haría tranquilizarse, que Pedro volviera a casa. No tenía ni idea de qué hora era cuando abandonó la lucha y pensó que quizá algo caliente la ayudaría a dormir.

Se puso una bata de seda que hacía juego con el camisón y bajó descalza hasta la cocina. Cinco minutos más tarde, estaba sentada a la mesa, tomando una taza de chocolate caliente.

Cuando oyó que alguien abría la puerta trasera, levantó la mirada.

— ¿Qué haces levantada tan tarde, María? —preguntó Pedro antes de darse la vuelta y comprobar que no era la criada.

Se quedó parado en la puerta observando la bata de seda y el cabello despeinado de Pau. Ninguno de los dos se movió.

—Creí que estarías en la cama.

Sus ojos la quemaban incluso desde esa distancia.

Pau dejó la taza sobre la mesa, sabiendo que él no quería sentir lo que estaba sintiendo. Ahora sabía que no estaba equivocada y se preparó para atacarlo abiertamente.

—Esperabas que estuviera en la cama, querrás decir —sonrió burlona.

—Esperaba, sí —asintió Pedro a regañadientes—. Maldita sea, ¿por qué no estás durmiendo?

—No podía dormir. No me gusta dormir sola —confesó honestamente.

Pau vió algo en sus ojos y supo que había tocado una fibra sensible.

—Por favor, Pau, ¿por qué haces esto? Sabes que voy a herirte —Pedro respiró con dificultad, acercándose a ella.

Cuando llegó al fregadero, se paró y se apoyó en él.

Pau observó cómo, a través del pantalón, se marcaban los músculos de sus piernas cuando las cambió de posición para estar más cómodo.

—No creo que puedas herirme más de lo que ya lo has hecho. La forma en que me rechazas me está destrozando —confesó abiertamente.

— ¿Y qué quieres que haga? —preguntó él frunciendo el ceño.

—Que me quieras.

— ¿Es que no tienes orgullo?

—Parece que no. El orgullo no me calentará la cama ni me abrazará por la noche.

—No puedo darte lo que quieres —dijo apretando las mandíbulas.

— ¡Querrás decir que no quieres!

—Déjalo, Pau—advirtió Pedro.

Pau negó con la cabeza. Tenía demasiado que perder y mucho que ganar.

—No puedo.

—Entonces estás loca.

—Sea lo que sea, tú me deseas. Me deseas tanto como yo a tí y quieres hacerme el amor.

Él sonrió intentando parecer irónico.

—Soy un hombre adulto sano y el sexo siempre ha sido estupendo entre los dos.

A Pau le dolió esa afirmación, pero no se dejó amedrentar.

—No digas eso. Lo nuestro era más que sexo. Yo te quería y tú me querías a mí, Pedro.

—Nos queríamos, tú lo has dicho.

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