viernes, 18 de marzo de 2016

La Impostora: Capítulo 39

—Eres tan preciosa —susurró Pedro llenándose de su perfume.

Entonces, como ella había deseado, se apartó lo suficiente para tomar uno de sus pechos en sus manos.  Pau echó la cabeza hacia atrás mientras él la acariciaba, rozando con los dedos el pezón, enviando olas de deseo por todo su cuerpo y haciendo más profundo el delicioso dolor entre sus piernas. Ella gimió, moviendo suavemente las caderas en una muda invitación y, cuando él empezó a jugar con su pezón primero con la lengua y después metiéndolo en su boca, el placer fue tan grande que ella dijo su nombre jadeando.

Después sometió al otro pecho a la misma deliciosa tortura antes de bajar besándola hasta el estómago, dejándola ansiosa cuando con la punta de su lengua jugó con su ombligo antes de seguir hacia abajo. Deslizó las manos hasta sus caderas y cuando encontró el borde de sus braguitas de encaje, las bajó. Estaba casi en estado de shock cuando las manos de él se cerraron sobre sus nalgas apretándola contra su cara, mientras su lengua buscaba entre el triángulo de vello el botón del placer.

Un roce de su lengua allí fue suficiente para que se le doblaran las piernas y cayó de rodillas. Buscando aire, Paula encontró el pecho de él frente a su cara. Su aroma masculino mareaba sus sentidos y el calor que desprendía la quemaba. Al lado de sus mejillas su corazón latía furiosamente y podía sentir la fuerza de su excitación contra su vientre. Quería tocarlo como la había tocado él y esta vez él no lo impidió.

Podía sentir su mirada ardiente clavada en ella mientras desabrochaba los botones de su camisa.

Era bellísimo, los hombros anchos y bronceados, el pecho fuerte y cubierto de un suave vello oscuro. Casi no recordaba después haberle quitado la camisa. Perdió por completo la memoria cuando sus manos acariciaron su pecho, descubriendo los pezones entre el vello. Sus dedos jugaron con ellos y Pedro emitió un gemido ronco que la hizo temblar de arriba abajo.

Era delicioso saber que podía volverlo tan loco como él la volvía a ella. Como él, reemplazó sus manos con sus labios. Cuando empezó a lamer sus pezones, la mano de él apretó su cabeza por detrás sujetándola allí hasta que fue demasiado y tuvo que soltarla. Respirando con dificultad se miraron. Sentían una pasión salvaje cuya energía cargaba el aire a su alrededor. Finalmente, su mirada se dirigió hacia su cintura y a los botones del pantalón.

El vientre de él se contrajo cuando tomó aire al primer contacto de sus dedos, pero no hizo nada para evitarlo. Pau le había quitado los pantalones y los calzoncillos a la vez, con el aliento entrecortado, cuando descubrió su magnífica erección. Sus ojos buscaron los suyos y vió el deseo en su cara y la tensión en su mandíbula para mantener un control rígido. Cuando cerró su mano sobre la aterciopelada erección, Pedro cerró los ojos con un gemido de placer.

— ¡Sí!

La palabra salió, ronca, de entre sus dientes mientras ella lo acariciaba arriba y abajo, pero al primer roce de sus labios la apartó y la colocó a su lado en la cama.

La pasión explotó cuando cayeron uno en brazos del otro. El mundo se convirtió en una masa de miembros unidos intercambiando besos y caricias. Los suspiros se volvían gemidos de placer y ruegos suplicando más. Eran sensaciones transmitidas por la piel y la ardiente carne, que alimentaba aún más el deseo, de forma que Pau sintió que se volvería loca si no la tomaba enseguida.

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