domingo, 13 de marzo de 2016

La Impostora: Capítulo 24

Esa confesión hizo que su estómago se contrajera de alegría. Era increíble. Tan increíble que podía sentir cómo temblaba por dentro.

—Sí, es mejor —asintió ella con una risa entrecortada. ¡Tenía que tener cuidado de no desvelar nada hasta que pudiera pensar! —También me ha sorprendido a mí.

—Al menos ha sido una sorpresa agradable —dijo Pedro acariciando su mano.

Mientras lo hacía, tocó el anillo de compromiso y levantó la mano para mirarlo.

—Entonces, ¿has decidido quedártelo?

— ¿Quedármelo? —preguntó Pau confusa.

—Me dí cuenta de que no te gustaba. Creí que lo habrías cambiado por otro.

Pau se dió cuenta de que a Micaela le habría gustado algo más llamativo. Pero a ella no. Para ella era un anillo precioso, uno que ella misma hubiera elegido.

—No es que no me gustara —inventó ella rápidamente—. Es que me parecía demasiado grande, pero lo he arreglado.

Suponiendo que él no pidiera la factura del joyero, su mentira estaba cubierta.

Él frunció el ceño, intentando confrontar lo que él recordaba con lo que ella acababa de decir. Después de unos segundos, la miró interrogante.

—Entonces ¿te gusta?

—Es precioso —dijo honestamente.

Él se encogió de hombros y movió la cabeza, atribuyendo el cambio de opinión a un capricho.

—Tendré que comprar los pendientes a juego —decidió él con una sonrisa tan encantadora que Pau tuvo que controlarse porque la magia empezaba a tejer de nuevo su red alrededor de los dos.

De repente, empezó a sentirse alarmada por aceptar regalos que en realidad no iban dirigidos a ella.

—No tienes por qué hacerlo.

—Lo mejor será que cambiemos de tema o no me dormiré nunca —sugirió él—Cuéntame qué tal el partido. No sabía que te gustara el béisbol.

¿Cómo quería él que pudiera pensar si seguía acariciando su mano de esa forma?

Intentó poner un poco de orden en el caos de su cerebro.

—Ha sido estupendo. Intento ir a todos los partidos que puedo. Además hoy nuestro equipo ha ganado y Santiago estaba felíz.

La caricia en su mano cesó.

— ¿Santiago? —preguntó él bruscamente.

Pau lo miró. No podía ser, no podía estar celoso. Parecía que sí por la expresión de su cara. Tenía ganas de reírse, pero en lugar de eso se mordió los labios.

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