miércoles, 30 de marzo de 2016

La Impostora: Capítulo 76

Pau se despertó. Sabía que estaba en un hospital por el inconfundible olor y recordó haber recobrado a ratos el conocimiento, pero no sentía el dolor. También sintió un extraño vacío y supo la razón. Había perdido el niño.

Lo sabía aunque nadie se lo hubiera dicho. Había tenido vida dentro de ella y ya no había nada y Pau sentía... nada. Nada excepto una sensación de inevitabilidad. No estaba en su destino haber tenido ese niño como no había estado tener a Pedro. Ahora él era libre.

Sus ojos empezaron a estudiar la habitación. Era de noche y se preguntó qué noche sería. ¿Había estado allí un día o más? No importaba demasiado. Ya nada importaba demasiado.

Su mirada encontró a Pedro, recostado sobre un sillón al lado de la ventana, profundamente dormido. No parecía estar cómodo y seguramente tendría dolor de cuello cuando se despertara. Había una sombra de barba en su cara y parecía llevar la misma ropa que cuando salieron a buscar al niño que se había perdido.

Entonces sólo había pasado un día. Era martes.

Como si hubiera sentido su mirada, Pedro se movió y abrió los ojos. Cuando se dió cuenta de que estaba despierta, se sentó rápidamente, quejándose y tocándose el cuello dolorido.

— ¡Maldita sea, estas sillas son un instrumento de tortura! —se quejó aunque su mirada estaba fija en Pau, comprobando su estado.

—Deberías haberte ido a dormir a casa.

—No hasta que supiera cómo estabas —contestó él sentándose en el borde de la cama.

Pau apartó las piernas para dejarle sitio.

—Estoy bien, solo un poco magullada.

Pedro iba a decir algo pero parecía no encontrar las palabras adecuadas.

—Pau... —empezó, tomando su mano.

—Ya lo sé, no tienes que decírmelo. Sé que he perdido el niño —dijo sin pasión.

Pau vió que tenía los ojos enrojecidos y se preguntó si habría estado llorando.

No le pareció posible y dejó de pensar en ello.

—Los médicos han dicho que fue el shock. Lo siento, Pau. De verdad quería ese niño.

— ¿Ah, sí? —murmuró ella.

— ¡Claro! ¿Cómo puedes dudarlo? —dijo Pedro levantando la voz.

—Lo siento. No quería molestarte.

Su tono era desapasionado y Pedro la miró como si no diera crédito a lo que oía.

— ¿Qué te pasa? Te portas como si no te importara, pero yo sé que tú también querías ese niño.

—Las cosas ahora son menos complicadas.

— ¿Menos complicadas? No sabes lo que estás diciendo. Tú no eres así, tiene que haber sido el shock. Quizá deberías hablar con un médico.

Ella se encogió de hombros indiferente.

—De verdad, vete a casa Pedro. No quiero que te pongas enfermo.

Pedro se levantó de repente y se iba a marchar, pero se dió la vuelta de nuevo.

— ¡Deja de preocuparte por mí, maldita sea! ¡Yo no soy el que ha tenido un accidente! ¡Creí que estabas muerta!

—Pero no estoy muerta. He perdido a mi hijo, pero eso le ocurre a muchas mujeres. Le ocurre a cientos de mujeres cada día.

— ¿Y todas aceptan la noticia como tú? ¿Sin una lágrima? ¿Te estás escuchando a tí misma? ¡Podrías estar hablando del tiempo! —exclamó Pedro enfurecido.

Pau lo miró extrañada.

3 comentarios: